A las 8:30 de la mañana, en Tacande, uno de los barrios rurales de El Paso, hace un frío gélido que obliga a los padres a llevar a sus niños al "cole" justo cuando llega la hora de iniciar la jornada escolar. Llegan uno a uno, caminando, pocos en coche. Viven al lado de una pequeña escuela en la que, cada mañana, antes unas generaciones y ahora otras, saludan a la misma maestra desde hace 25 años. La unión se percibe enseguida, gestos, complicidad, cariño... es más que una pequeña comunidad educativa, actúan como una verdadera familia.

Esa es la clave y el gran valor social de las llamadas escuelas unitarias, también conocidas como escuelas rurales. Un valor educativo que nadie, ningún político o gestor público, cuestiona o deja de reconocer, pero que se tambalea desde hace años solo por un motivo, el que todo lo justifica en estos tiempos de carencias, el de la falta de recursos económicos y la necesidad de recortar los gastos públicos, aunque sea a costa de perder calidad o de romper modelos de excelencia.

Sucede, posiblemente, lo mismo en las 39 escuelas unitarias que hay en La Palma, alejadas o aisladas, casi todas vinculadas a núcleos de población rural. Estas pequeñas escuelas son verdaderos ejemplos de un modelo educativo integrado en el entorno, incluso sirven de motor cultural en su barrio y tienen la capacidad de compensar desigualdades sociales.

Los padres lo tienen claro y por eso dicen que defenderán su escuela "con uñas y dientes, como si defendiéramos a nuestra familia". Hablan sin desvíos de opinión, todos con el mismo mensaje: "Aquí los niños están seguros (no hay ni escaleras), aquí pasamos muchas horas al día, nos ayudamos, nos apoyamos y venimos a participar". Al respecto se preguntan: "¿Ocurre lo mismo en un colegio más grande donde la mitad de la gente ni se conoce?".

Algunas personas hasta rezan. Hay abuelas, como Estela o Milagros, que llevan a sus nietos al colegio porque los padres tienen que trabajar. Desde hace días, con más preocupación que de costumbre, dicen que suplican por su colegio: "Dios no quiera que lo cierren, es como si rompieran una familia".

Enseñanza individualizada.- Estas escuelas acogen a niños de cinco edades, desde Educación Infantil hasta el segundo ciclo de Primaria, casi todas con una sola aula. Allí, aprenden a convivir, se hacen personas, maduran, usando la experiencia de sus amigos de más edad. Eso fortalece cualquier conocimiento adquirido, gracias a una enseñanza individualizada, vital para los pequeños con más dificultades de aprendizaje.

Es cierto que la mayoría de estas escuelas presentan carencias en infraestructuras, como ocurre en Tacande, pero se compensan con creces gracias a la vinculación de los padres, hasta de los abuelos. Son escuelas abiertas a su entorno, en donde se organizan desde actividades culturales hasta actos sociales.

La posibilidad de cierre no es nueva. Siempre están bajo la espada de Damocles por la escasa matrícula que existe en las mismas, las hay hasta de 5 alumnos, pero, en muchas ocasiones, según manifiestan los padres -también los maestros-, la matrícula es más que suficiente (en Tacande hay 13 niños), por lo que realmente creen que "son centros educativos marginados, en los que se potencia la no matriculación al ser considerados negativos desde el punto de vista económico".

Lo curioso es que esa consideración matemática no se corresponde con la realidad que se observa cuando, cada mañana, el colegio recibe a estas familias. No tienen transporte escolar, no generan gastos extras. Es más, ahorran dinero con su vinculación en las tareas escolares.

Las relaciones con los padres y abuelos, su implicación en el trabajo del aula y en la tarea educativa es más fluida que en los llamados "centros completos" con aulas de hasta 30 niños. Los maestros de las unitarias lloran por esas pequeñas escuelas, precisamente porque saben que, en ellas, su labor docente sí que tiene valor social.

El corazón de los barrios.- Las administraciones de la Isla defienden modelos de desarrollo económico y social orientados al mantenimiento de la población en el medio rural, sin masificar las zonas urbanas. Es lo que muchos entienden por "desarrollo sostenible", en el que es vital impedir la despoblación del mundo rural gracias a la agricultura de medianías y al turismo adaptado al entorno.

Precisamente, estas escuelas son parte de esa tradición del mundo rural, mantienen formas de vida basadas en un hábitat diseminado y vinculado a los asentamientos agrícolas. Si desaparece la escuela, es probable, como ha ocurrido con algunos núcleos del Norte de la Isla, que también muera el enclave en donde se sitúa la misma, porque las familias optan por desplazarse a otros núcleos con mejores servicios, esos mismos que ellos sacrifican para garantizar la mejor educación posible de sus hijos.