Dicen que las personas que más tienen que contar suelen ser reservadas. Que las que más llaman la atención cuando hablan, tienden a mantener conversaciones prudentes, a pedir cautela. Dicho de otra manera, la inteligencia y la sabiduría suelen ir acompañadas de la modestia. Nina Lola Albelo, una antigua educadora infantil de Los Llanos de Aridane, debe ser una de esas personas señaladas por la sapiencia. Su humildad la delata.

Su nombre real es Benigna Dolores Albelo Hernández (cada nombre identifica a una de sus abuelas). Hoy en día, su imagen es la de una entrañable abuela de 80 años de edad que quiere seguir sintiéndose de la misma manera que cuando ejercía de instructora, nostálgica pero satisfecha. Apenas sale de su casa, aunque más de la mitad de su pueblo se para y suspira cada vez que consigue verla en la calle.

El Pleno del Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane decidió recientemente poner su nombre a la escuela infantil pública de la localidad. De esta manera, rinde un homenaje unánime a una mujer que ha sido, es y será un referente indiscutible en la educación de muchas y muchos niñas y niños aridanenses. Ella le quita importancia, pero fundó el primer kínder del pueblo, aquel en el que tantos y tantos niños, hoy mayores, iniciaron su camino profesional.

Nina Lola dice que no le gusta que la llamen maestra, respeta mucho el valor de una titulación a la que ella no llegó a acceder, por diferentes causalidades. Pero, le guste o no, sin duda, es una maestra de corazón, con vocación y comprometida. Lo es para los cientos, por no decir miles, de personas que fueron educadas en su clase. Ella prefiere el anonimato. Lo aclara desde el primer momento: "No me gustan los elogios innecesarios, yo entro y salgo por la puerta de atrás".

Incluso se siente incómoda con el reconocimiento que se le ha hecho: "Sé que es bonito para muchas personas, pero para mí es como estar enferma. Estoy un poco asustada con esto. El día que coloquen el nombre en la escuela infantil iré con un temblor en el cuerpo, yo no se lo he dicho a nadie porque me da vergüenza".

Una cara conocida.- Siempre le gustó la enseñanza, pero ya suma 14 años sin estar en una clase: "Ahora me conformo con reconocer a aquellos niños. La verdad es que no sé ni cuantas personas pasaron por el aula, más de medio pueblo, pero hoy muchos aún se acuerdan de mí".

La escuela sigue ocupando parte del pensamiento, hasta el punto de verse en la necesidad de situarse en el papel de docente incluso a sus 80 años: "Cuando veo a un antiguo alumno mío, me preocupo por cómo le ha ido la vida, incluso tiendo a corregirlo".

Pese a ser muy popular, se acostumbró a una vida más íntima y familiar. En su casa ha sido feliz, con sus padres, con su marido y, ahora, con sus hijos. Dice que hace ya 16 años que no sale mucho a la calle: "Prácticamente solo salgo los domingos para ir a misa. Pero cuando me decido me cuesta volver, me para mucha gente para saludarme. A mí me gusta, aunque, a mi edad, ya me cuesta acordarme de algunos de mis alumnos".

La enseñanza de hoy.- La educación ha cambiado. La tecnología ha irrumpido en la docencia y los niños de ahora ya cuentan con ordenadores. Pero a ella le preocupan otros conceptos básicos que no pueden ser sustituidos por un programa informático, como las faltas de ortografía o las tablas de multiplicar: "Con lo que yo luché para que mis niños y niñas escribieran bien".

Ella educaba todos los días a más de una treintena de pequeños en su aula. En las de ahora hay menos, pero los considera más difíciles: "Los niños ahora son más indomables, aprenden muchas cosas en la calle o en casa, algunas erróneas".

Familiar y religiosa.- Está claro que la enseñanza ha sido su vida pero, sin embargo, no es de las personas que creen que sus hijos deben seguir persiguiendo los sueños de sus padres. Una persona con su compostura igual enfocaría a sus herederos para ejercer la profesión que tanto ha defendido. Pero Nina Lola tiene otro compromiso personal, el de sus creencias religiosas. Es una católica ferviente, habitual de la misa de los domingos, y eso pesó cuando quiso definir el futuro de sus hijos: "Yo quería que fueran sacerdotes". Pero el camino siempre es personal y ninguno de sus dos hijos, hoy próximos a la edad de ser abuelos, la complació.

Su marido, Óscar Camacho, fue agente judicial y su padre, José Albelo, era secretario del Ayuntamiento de Puntagorda. Ambos, ya fallecidos, marcaron sin duda ese carácter juicioso y responsable que Nina Lola muestra cada vez que entabla conversación. Habla sobre ellos de la misma manera en que otros hablan de ella, con admiración, le delatan los lacrimales que nublan con orgullo su mirada cuando recuerda a sus seres queridos.

Sin alabanzas.- Con toda seguridad, Nina Lola estará leyendo esta página con un nudo en la garganta y el estómago encogido, sonrojada por no sentirse identificada con un perfil ciertamente subjetivo, pero que más de la mitad de Los Llanos de Aridane, aquellos que la miran con orgullo, serían capaces de suscribir. A ella, así debe ser, no le gustan las alabanzas, ni las cosas pomposas. De ahí que, cuando sabe que alguien va a hablar o escribir acerca de ella, advierta: "No me ensalcen, más vale poner menos que escribir de más".

Es normal. Se siente extraña cuando le dicen que le han reconocido su trabajo, ese que tanto bien ha hecho entre los llanenses de hoy. Ella piensa que esa era su función, que no requiere de elogios y que además no estaba sola: "Éramos una familia, con mis compañeras de colegio. La gente sabe quiénes son y ellas también. Todas deben ser recordadas".

Los Llanos de Aridane, a través de sus representantes en el ayuntamiento, ha dejado claro que tiene conciencia de sí mismo como pueblo reconociendo la labor educativa realizada por Nina Lola Albelo. Su nombre estará siempre unido a la Educación Infantil del municipio en el que trabajó y en el que a tantos niños les corrigió las faltas.