No es narrable al menos en toda su extensión la unidad de un pueblo frente a las fiestas que ama. Es como tratar de pesar la fe. Villa de Mazo, por contárselo (a usted que lee) de la forma más veraz posible, siente el Corpus Christi y su gente, de cada barrio, lo lleva en los genes. Sí, no es extraño el esfuerzo colectivo por mostrar cada año un arte vertical efímero, pero que los hace sencillamente únicos. Diferentes.

"Esto es más bonito que el carajo". Angelín lleva una pala en sus manos. No es de motor. Es de las que hacen llagas, aunque le resta importancia a su labor de echar arena para preparar el pasillo: "Lo más difícil es aquello...", señala directamente a un arco, que representa al barrio de Monte Breña. Explica el Corpus, el suyo, con sentimiento: "Aquí la gente se une para que el trabajo quede bien". Lo hicieron sus antepasados igual que ahora él lo defiende. Ha estado años en Venezuela, pero tocándose el lado izquierdo de su pecho no duda en aclarar que "esto se lleva en el corazón". Su primera expresión, nacida del interior, se refería precisamente a eso, sólo a eso, a lo que la gente hace sin necesidad de que se lo pidan.

Angelín sólo tiene una queja. Y es, a su juicio, la necesidad de que se incorporen los jóvenes al trabajo del Corpus: "Otros ya nos estamos haciendo mayores". Un compañero de arco entiende, sin embargo, que la culpa es en ocasiones de los propios "maestros" que "no tienen paciencia y acaban por espantar a los chicos que vienen y desean aprender. Quieren que lo hagan bien desde el principio y así no puede ser...".

Los arcos, descansos, el tapiz, la alfombra y hasta los propios pasillos llevan un trabajo enorme. Al pararse delante de ellos, al analizarlos al detalle, se localizan flores pegadas a mano, una a una, sin descanso, que antes fueron recogidas en el monte para su posterior secado. "Esto no es soplar y hacer botellas", sentencia un vecino al reconocer al cronista en las calles empinadas y empedradas donde se levantan las estructuras. Y sí, tiene toda la razón.