Francisco Rodríguez Betancor llegó a la Alcaldía de Los Llanos de Aridane el 12 de marzo de 1936. Unos meses después, en un frío noviembre, lo asesinaron. Fue de aquellos que tuvo que huir con celeridad, casi con lo puesto, a los montes cercanos tras triunfar el golpe de Estado del 18 de julio. "Era un hombre bueno, muy querido por los vecinos", afirma la investigadora María Victoria Hernández. Tenía apenas 37 años y dejó viuda (nunca supo de su destino) y seis hijos.

Sus ideales demócratas no eran del agrado del régimen, lo que motivó que primero lo expulsaran del cargo, luego lo detuvieran y, por último, acabaran fusilándolo en medio de la nada de una noche cualquiera, no sin antes humillarlo.

Izquierda Unida Canaria quiere devolver su recuerdo a la memoria colectiva y, para ello, ha presentado una moción para que, aprovechando el 80 aniversario de la constitución de la corporación municipal que lo eligió como alcalde, se homenajee tanto a Francisco Rodríguez Betancor como a otros ediles que fueron represaliados por sus creencias democráticas, tal y como ocurrió también con su primer teniente de alcalde, José Ruperto León Rodríguez. "Se lo debemos a él y otros llanenses asesinados por sus convicciones ideológicas", afirma la concejala Mariela Rodríguez en la propuesta.

No es menos cierto que el exalcalde tiene una calle que lleva su nombre en Puerto de Naos, en una placa que ni tan siquiera recuerda que fue regidor municipal, lo que impide que las nuevas generaciones lo identifiquen. También tiene una plaza en su honor en la Montaña Tenisca, muy cerca curiosamente de la sede municipal de IUC. Recuerdos que sin embargo no evitan la necesidad de honrar su nombre.

"Paco" (como se le conoció) era un mecánico electricista, un maravilloso mecánico, que vino aquí desde Gran Canaria, se enamoró y aquí se quedó. Trabajaba en la fábrica de la luz...", cuenta María Victoria Hermández. Antes de acceder por sufragio a la Alcaldía, Rodríguez Betancor ya dirigió el Ayuntamiento llanense durante los años previos, como "2" del empresario Mauricio Duque, enfermo durante casi toda la legislatura y que acabó falleciendo en enero del 36.

Más que su legado, que también, queda su forma de ser, de entender la vida. Entre las actas del ayuntamiento hay un hecho que demuestra la talla como persona del exalcalde: mostró su absoluto rechazo en sesión plenaria a la decisión de algunos maestros de la época que impedían entrar en el colegio a los niños que fueran descalzos. Tampoco estaba de acuerdo con que se peleara, como ocurría, a los alumnos que llegaban un poco tarde a las aulas, cuando en realidad vivían en pagos alejados y tenían que desplazarse andando durante kilómetros.

A aquel joven hombre lo llevaron un día a una zona de pinar en Fuencaliente, junto a otros cuatro activistas de izquierdas (José Ruperto León, Antonio Hernández González, Antonio Fernández Rodríguez y Manuel Peña). Los golpearon, les pegaron un tiro y los dejaron en un hoyo de dos metros de profundidad, al pie de un pino. Sus cuerpos estuvieron allí durante 58 años. Justo hasta que alguien decidió confesar donde se encontraba la fosa común. Hablaba en nombre de otra persona que un día le contó la historia, con la promesa de no poder difundirla hasta su fallecimiento. Así lo hizo.

Y sí, estaba en lo cierto: los restos de "Paco" se encontraron en el Pino del Consuelo. Fue en mayo de 1994. El Instituto de Toxicología confirmó la identificación un año después, a pesar de que durante los últimos años han surgido dudas sobre los procesos empleados para poner nombres y apellidos a aquellos amasijos de huesos.

Pese a la oposición de algunas personas, los recelos de otros y la tensión que todavía se respiraba, los familiares de Francisco Rodríguez Betancor lo pudieron enterrar con los honores reservados a un alcalde. Y, lo más importante, en una tumba que lleva su nombre. IUC quiere ahora que su figura no se pierda. No se pierda nunca.