Los franciscanos se establecieron en San Andrés por el año 1614. Allí, en aquel rincón del norte con un encanto eterno, fundaron el convento de Nuestra Señora de la Piedad. Era un inmueble modesto hasta que creció para convertirse en la residencia de los frailes. Una familia (Guisla Van de Walle) donó el suelo para la construcción, con la única condición de darle sepultura en la ermita a todos sus parientes.

Tomando como referencia la publicación ?San Andrés y Sauces, una mirada a su pasado?, de José Antonio Batista Medina y Néstor Hernández, se puede afirmar que en 1614 habitaban el convento doce franciscanos, que se encargaban de curar, alimentar y dar clase a las familias más pobres de la zona. Pasaron los años, los siglos, y en 1835 se produjo la desamortización del inmueble, del que ahora queda apenas un almacén para productos agrícolas. Tanto los monjes que a lo largo de los años fueron falleciendo como los restos de la familia Guisla Van de Walle acabaron siendo trasladados al antiguo cementerio de San Andrés, inaugurado en 1864. Ya se había prohibido los enterramientos dentro de templo.

La visita al campo santo para conocer las tumbas de los franciscanos se vuelve rancia, desalentadora. Y eso que antes de llegar, Fernando Rodríguez, el responsable de la web palmerosenelmundo.com y un amante por naturaleza de la historia y el patrimonio insular, advierte al redactor de cómo se encuentra el cementerio tras visitarlo apenas unos días antes. Es una fuente fiable. La mejor.

Llegar a San Andrés siempre es enriquecedor. Sus calles adoquinadas y su arquitectura convierten al lugar en un espacio acogedor. La antigua zona de enterramientos está justo detrás de la ermita de San Sebastián. Esa es la referencia. Una trabajadora municipal indica al cronista cómo llegar a la pequeña iglesia: "Sigue caminando por la orilla de la carretera y la encuentras en la primera bajada a mano izquierda". Es un núcleo reducido y no hay pérdida. Junto al templo hay una pequeña pista entre plataneras que te deja a las puertas del cementerio.

El campo santo está abandonado. Es verdad que está fuera de uso, que el cementerio no tiene actividad, que ya hay otro nuevo... en el fondo vale cualquier justificación, pero la sensación al cruzar aquellas puertas es de desamparo. Hay incluso lápidas tiradas en el suelo, en medio de la nada, al menos dos, con el nombre de los fallecidos. No son tan antiguas. Y pudo ser peor: días antes las hierbas, que no flores, tenían la altura suficiente para cubrir las cruces de las tumbas.

Las tumbas, en la época se enterraban en tierra y no habían nichos, han ido perdiendo las maderas que las delimitaban, y hay cruces caídas en cualquier rincón. Es imposible determinar dónde fueron enterrados los frailes, aunque se cree que fue al fondo del recinto. Un vecino de la zona afirma que "todavía hay personas que visitan este cementerio porque tiene familiares aquí. Incluso en el Día de Todos los Santos viene bastante gente". Las razones para su mantenimiento son evidentes.