La Laguna

ESTAMOS basando nuestro relato en el recuerdo de niños que, por entonces, tenían en torno a los diez años de edad. El conjunto de las aspas "lo viraban según donde venía el viento; dondequiera que le daba el viento, pallí diba". Se hacía accionando con una pieza de hierro conocida como la retranca. Según la mayor o menor fuerza del viento, actuaban, respectivamente, seis, cuatro o dos aspas, de modo que desprendían, únicamente, los forros de tela correspondientes.

El molino de Matoso sirvió para aligerar el peso de la jornada doméstica, ahorrando lo que suponía la molienda con molinos de mano. Por entonces, Teno Alto estaba más poblado que en la actualidad: 245 habitantes en 1930 y 277 en 1940, frente a los 153 registrados en el nomenclátor de 1981.

Trabajaban en el molino el propio Miguel González Martíny sus hijos Miguel(1916-1937) y Mateo González Martín (1920-2008). El primero de ellos "murió en la guerra; ese fue el más que molió; lo conocían todos por el molinero".

El gofio más común correspondía al cultivo más generalizado en Teno: el trigo. Aunque mucho menos de millo mezclado con trigo e, inclusive, de millo solo "estando bien tostado". También producían frangollo. La pequeña empresa no contaba con tostadora; el cereal se traía tostado de la casa, valiéndose del jurgunero o juerga, con el que se removía el grano en el tostador o tiesto de metal, que suplantaría al de barro ofertado por mujeres de Arguayo, conjuntamente con otros enseres cerámicos: tarros para ordeñar, calderas para guisar la leche, tallas para el agua...

Se molía todos los días: "En Teno, el viento fallaba pocas veces; si había trabajo, no paraba; y a veces lo hacíamos por la noche para aprovechar el viento". Cada familia, con determinado intervalo de tiempo, llevaba al molino "dos o tres almudes, porque antes era por almudes". Las muchachas o los muchachos llevaban el grano tostado al molino en "talegas de morsolina". Los clientes eran de Teno. Se pagaba la molienda con dinero: "Estaban las perras negras esas, de cobre".

La andadura vital del molino fue corta: "A diez años no llegó". Las razones del cese de la actividad son esencialmente dos. Los hijos mayores del molinero partieron hacia la guerra civil española (1936-1939). Y "lo más fue por el fallo del trigo; la cebada no daba resultado". Al trigo morisco, cultivado en la zona, le afectó "un virus", "un bicho", lo que obligó a los teneros a promover el cultivo de la cebada al objeto de contar con el fundamental gofio: "Cuando vino el bicho yo (Mateo Martín Regalado) tenía 7, 8 años, ya la cebada no servía para moler, porque tenía mucho casullo; en Los Silos había una máquina que lo molía todo, lo dejaba finito". Se volvería a cultivar trigo, de la clase Marruecos, conseguido en El Palmar: "El Marruecos no se lo comía tanto, pero el molino había ya desaparecido". Como en El Palmar no había por entonces molino, se acudía caminando, con frecuencia a lomos de burro, a los que había en el más distante pueblo de Los Silos: "Ir a Los Silos al molino de don Alberto (Alberto Palenzuela Dorta, 1887-1969); y, a veces, tener que llevar botellas de gas (porque escaseaba el combustible)".

Con posterioridad al cese del molino, las piezas de madera (pilares, cruceta) fueron vendidas o aprovechadas -dada su calidad, tea de pino- para hacer puertas, ventanas... Una de las muelas se partió y la otra permanece enterrada en la era. El cuarto donde estaba instalado el molino, como el conjunto de la casa paterna, lo heredó la hija María. Lo convertirían en bodega, cerrando para ello el orificio del techo por el que ascendían las vigas que sostenían la cruceta con las aspas. Mide 4,30 metros de largo, 4,65 de ancho y 2,40 de altura. Las paredes tienen 75 centímetros de grosor. Su única puerta, de 95 centímetros de anchura, está orientada al poniente.

Repetidas veces hemos escuchado añorar a los viejos molinos de viento. En el noroeste de Tenerife hubo varios. Que sepamos, tres en Los Silos: en la finca de La Sabina, en Susana y el ya mencionado de la Montaña de Aregume, zona denominada Los Molinos, que sería trasladado a Teno Alto, dando nombre al espacio conocido por El Molino. Y en Buenavista, barrio de El Molino, el de Sebastián Gallego (Sebastián García Gallegos, 1853-1944). Nadie se explica por qué los dejaron desaparecer. Se alzaron en lugares favorecidos por el soplo de brisas y vientos y dejaron su impronta en la toponimia. Y funcionaron con energías limpias, no contaminantes, tan demandadas y defendidas en la actualidad. Es una muestra más de todo lo que bregaron y nos enseñaron nuestros mayores.

Para la elaboración del presente artículo hemos contado con la estimable ayuda de las siguientes personas: Ángela García Herrera y José García León (empleados del Ayuntamiento de Buenavista del Norte); Álvaro Hernández Yanes, Cristina Reyes Casañas y Juan Hernández Pérez (empleados del Ayuntamiento de Los Silos), y María del Carmen Yanes Palenzuela.

Y lo ha hecho realidad la información proporcionada por los maestros y maestras de la tierra que a continuación se relacionan: Pedro González Martín (88 años), María González Martín (84 años), Abraham González Rodríguez (87 años), Mauro González González (51 años), Mateo Martín Regalado (84 años), Víctor González Martín (77 años), naturales de Teno Alto. Domingo Romero González (76 años), de El Palmar. Adolfo Hernández García (87 años), Otilio Hernández Navarro (88 años), Clara del Rosario Gutiérrez (85 años), Domingo Rodríguez del Rosario (93 años), de Buenavista del Norte. Y Horacio Dorta Spínola (71 años), Rufino Hernández Lorenzo (89 años), Fernando Hernández Álvarez (82 años) y Antonia María Luisa Palenzuela Acevedo (80 años), de Los Silos. A todos ellos nuestra gratitud y aprecio por habernos transmitido tan valiosos recuerdos de su memoria.

*Director del Aula Cultural de

Etnografía de la Universidad de La Laguna