Indignación, rabia, pena e incomprensión son los sentimientos más comunes entre los vecinos de la plazoleta Gravina, en la barriada de La Victoria, donde hace unos días unos desalmados arrancaron de raíz una tierna historia que se venía fraguando en los últimos meses entre sus habitantes y la pareja conformada por un gallo y una quícara que campaban a sus anchas por las zonas ajardinadas.

"Se mamaron el gallo", lamenta muy enfadado Manuel, quien se pregunta una y otra vez: "¿Qué daño hacían estos animalitos?"

De madrugada, aprovechando la oscuridad y el silencio de la noche, tres individuos, según se percataron varios vecinos de La Victoria, "montaron un revuelo impresionante, corriendo detrás del gallo hasta que lo pudieron atraparlo cuando lo acorralaron en una esquina de la plaza y le tiraron encima una toalla". Acto seguido, explica una vecina, "abandonaron el lugar, sin que nos diera tiempo a evitar esta barbaridad que ha acabado con la alegría del barrio".

Desde ese día, no se sabe nada más de su elegante figura, ni de sus llamativos colores, pero, para colmo, se ha sumado una nueva preocupación, pues aunque aún permanecía por la plazoleta la hembra, desde el pasado jueves "le hemos perdido la pista".

Los dos animales se habían adaptado muy bien a su vida en pleno corazón de la ciudad, pese a sus pocos detractores, que eran contrarrestados por el cariño que le dispensaba el vecindario, que sin querer reconocerlo abiertamente, cada uno aportaba su granito de arena para que subsistieran.

La plazoleta Gravina ya no es la misma de las últimas semanas, pues se echa de menos la presencia de estos dos animales correteando por los jardines o encaramándose a los árboles con vuelos imposibles en animales de su especie. Incluso, hay quien pudo comprobar que la quícara puso varios huevos a buen recaudo en una jardinera, en un intento de ampliar la familia, pero la ilusión ha sido en vano, ya que se sospecha que acabaron en un sartén dando forma a esponjosas y sanas tortillas o en un plato de arroz a la cubana.

Una vecina muy afectada y apenada lamentó "la golfería que nos han hecho, porque les habíamos cogido mucho cariño y no molestaban". Ahora, cuando el silencio se apodera de la barriada, añora "el canto de cada mañana, que nos invitaba con ilusión a comenzar un nuevo día". Explica que "ese sonido no molestaba y parece que ahora se quedan tranquilos, porque, por lo que parece, hay gente que prefiere aguantar a los que molestan a cualquier hora sentados en un banco o el ruido de los coches a algo que nos ha regalado la naturaleza".

Otra habitante de uno de los bloques de la plazoleta Gravina, que desde detrás de su ventana observó cómo se llevaron el gallo, señaló que "me da mucha pena que también se hayan llevado la gallinita".

"Me da mucha rabia lo que ha pasado, algo que ha disgustado al vecindario, pues el animal era precioso y muy elegante".

No hubo consenso a la hora de ponerle un nombre al gallo, aunque propuestas circulaban por el barrio, motivo por el cual una de sus defensoras lamenta que "se fue sin bautizar, el pobre, que era tan altivo".

Ya solo queda el recuerdo de esta efímera relación, que se cortó de raíz impidiendo una fábula en la que la ciudad casi estuvo a punto de convertirse en algo más que cemento y asfalto, y donde a los habitantes de La Victoria ya solo les queda el consuelo de revivirla cuando ven las fotos en el salvapantallas de sus teléfonos, donde se observa la elegante pero inmóvil figura del gallo a punto de regalar uno de sus potentes cantos, que jamás se volverán a escuchar en esas cuatro paredes que ahora están en silencio.