HOY quisiera hablaros de algo que sucedió inherente a la guerra civil española (1936-1939). En Santa Cruz había -y hablo en pasado, toda vez que actualmente desconozco si aún existe- una especie de solar con piso de tierra si no se ha construido algún edificio sobre este lugar. Se encontraba en la llamada calle de La Amargura, entre Pilar y Santa Rosalía. Primero estuvieron asentados los exploradores, los famosos boys-scouts. Más tarde, en los inicios de la campaña bélica entre hermanos, se fundaron los llamados "balillas". Y los niños, como si de una fiesta se tratase, nos alistamos en esta organización. El uniforme inicial consistía en un mono de color azul marino, una gorrilla del mismo color con borla roja y un correaje al estilo militar. Zapatos o alpargatas, lo que cada uno pudiese llevar. Mi padre editó una especie de folleto revista con anuncios, y recuerdo que la portada era una foto de mi hermano mayor, Diego, y yo justo en la puerta del estanco Yolca, situado en una esquina entre Pilar y San Lucas. Esto fue como un resfriado, y en lo que concierne a nosotros pasó sin dejar huella. Recordar que en este mismo campo, porque campo era, jugó al fútbol un equipo de aficionados, el Olympia. Alguna foto debe de andar por el baúl de los recuerdos, y solo puedo citar a un defensa, mi tío Niabel, hermano de mi padre, que también fue árbitro de fútbol y que jugaba de defensa; y al guardameta, que era nada más y nada menos que el conocido locutor de Radio Club Tenerife Juan Antonio Torres Romero, a quien vi más de una vez recitar, y muy bien, en el Royal Victoria, en los "Ecos sonoros", cara al público. Más tarde los "balillas" se convirtieron en "flechas", y creo que andando el tiempo en Falanges Juveniles de Franco. Yo tengo mis ideas del porqué de esta simbiosis con la guerra, pero no es tema de este trabajo periodístico.

El tiempo pasa raudo, y en 1946, año en el que curso mi séptimo y último año de Bachillerato, fuimos seis alumnos del instituto invitados a pasar unos quince días en el campamento de Los Naranjeros. De verdad que los pasé en grande. El jefe del campamento, de gratísimo recuerdo, era lagunero, pertenecía a la carrera judicial y se llamaba don José Borges y Jacinto del Castillo. Hacíamos gimnasia, excursiones cercanas y vida de campamento: casetas de campaña con sus colchones, cuerpo de guardia y las banderas que se izaban cada mañana al toque de diana y se arribaban cada tarde al oscurecer, al toque de retreta. Recuerdo un día en que había excursión y yo me quedé de guardia como voluntario. El premio fue que la noche de las fiestas del Cristo alquilaron un taxi y esa noche, vestidos de paisanos, gozamos de una de las fiestas más emblemáticas de nuestra isla, la de Tenerife. Durante la estancia, en ningún momento se habló de política ni se nos propuso militar en estas falanges juveniles. Éramos invitados y, como tales, fuimos tratados. Solo recuerdo a dos compañeros, uno del grupo, Antonio Romeu, condiscípulo mío en el instituto, y Baudilio Marichal, que ya militaba. El primero falleció y al segundo más de una vez le he visto por Santa Cruz. Para todos ellos, los presentes y los ausentes, mi emocionado recuerdo. Cosas de Santa Cruz.