Hasta 20.000 toques al balón, y sin que caiga al suelo, es capaz de ir dando a lo largo de todo el día Miguel Hernández, quien cree que su virtud, depurada a lo largo de más de 30 años de práctica, encierra también una serie de mensajes que quiere que lleguen de manera clara a los jóvenes, en cuanto a la importancia de la práctica del deporte como en lo que concierne a su participación activa en los ámbitos sociales.

La imagen de este chicharrero, entrado ya en plena madurez, y disfrutando de sus años de jubilación, es bastante habitual en zonas como Las Teresitas o en el centro, donde se le puede observar en medio de la gente dando interminables toques a un balón retando a la gravedad durante horas y horas.

Paradójicamente, su origen deportivo está en el baloncesto, donde llegó a jugar en el Canarias o el Náutico, pero su primera aproximación al balompié empezó hace tres décadas en la playa con la familia.

Asegura que en lo que hace no busca ningún reconocimiento ni sentido del espectáculo, aunque con una vanidad difícil de ocultar, señala que lo hace con el propósito de "expresar lo que se puede hacer después de muchos años de práctica de una actividad".

Así, sugiere que para los niños es muy importante el contacto con el balón, "pues si se dedican a practicar baloncesto o fútbol se alejan de otras cosas que los aíslan, como los videojuegos, algo que es más cómodo para muchos padres porque los tienen ahí controlados".

Por ello, quiere ser una referencia y con frecuencia enseña a menores que se encuentra por la calle, ya que él se ve como "una víctima del confusionismo deportivo de los colegios, donde nunca ha habido campos de fútbol, sino canchas de baloncesto o balonmano".

Miguel agradece la comprensión de su mujer y sus hijos hacia una actividad que le ocupa la mayor parte de su tiempo, "ya haga calor, frío o llueva, pues mientras que el resto de la gente está inmersa en sus cosas, yo me pierdo por la ciudad y me paso la vida dando toquitos al balón".

Es tal la entrega a esta actividad, que calcula que ya le ha dado más de 100 millones de toques a la pelota, algo que, asevera, en su intrínseco tono arrogante, que "jamás nadie, desde que se inventó el balón, ha sido capaz de hacer, ni jamás se le ha ocurrido a nadie hacerlo".

Una práctica con visión reivindicativa

Miguel también vincula a sus recorridos diarios un aspecto reivindicativo, pues explica que en cada toque que da, reclama mejores equipamientos deportivos. "También lo hago por aquellos niños a los que no se les reconoce su valor y apartan, y por el mal estado y falta de mantenimiento de las canchas".