El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife perdió la tarde-noche del pasado viernes al máximo y tal vez último exponente de la tradicional mascarita: José Manuel Lis Armas. Por su nombre pocos lo conocerán, si no... vaya gracia de mascarita. Sin embargo, su personaje superó su proyección personal. El era Miss Peggy. Y así lo llegaba a gala en cuantas conversaciones mantenía. Más que doble personalidad, la protagonista de la serie de los teleñecos le llegó a "robar" su identidad. Y él, orgulloso y satisfecho. Vivía para ella hasta el punto que había momentos en que a su interlocutor se le hacía difícil seguir la conversación si veía a un hombre de 85 años recordar las anécdotas de Peggy durante los 37 años que salió a brincar a las calles en Carnaval. Como diría Celia Cruz en su canción, para José Manuel Lis Armas la vida era un carnaval, y no se daba tregua ideando siempre el mejor traje. Natural de San Sebastián de La Gomera, segundo de ocho hermanos, José Manuel Lis Armas -que hoy recibe sepultura a las 13:20 horas en el tanatorio de la autopista- era un artista. Su verdadera vocación era ser actor y director de teatro, como las obras que puso en escena durante el tiempo que estuvo en Venezuela. Ya en su regreso a la capital tinerfeña, casado y con tres hijas, mantuvo siempre esa dote de actor disfrazado en Carnaval de Peggy.

No era su única faceta artística, pues cuando Peggy estaba escondida en los armarios en su taller de San José Obrero, en el barrio de Salamanca, en la capital tinerfeña, él alternaba su forma de vida como artesano del barro con su otra condición como profesor, hoy monitor, de centenares de personas con discapacidad psíquica. Ya de chico su familia recuerda su habilidad para formar figuras con tierra. Pero su personaje en el Carnaval anuló su proyección profesional, y eso que fue unos de los pioneros de la exposición de flores y plantas del parque García Sanabria. Allí, en el "stand" de San José Obrero, en la avenida central, frente a la fuente, estaba él, acompañado de amigos que acudían a echarle una mano.

De resto, su día a día transcurría en su taller, siempre creando. Unas veces piezas de cerámica y otras inventando para Peggy, hasta hace dos años, cuando le fue amputada una pierna. Ya en el Carnaval 2011 había salido a la calle con serias molestias y, según recordó a posteriori, recogió el disfraz, se despidió de su personaje y se deshizo a martillazos de las caretas, salvo una que atesora su sobrina nieta Saray. Sabía que había llegado a su fin, por más que siempre mantuvo vivo el recuerdo emocionado de cuando hablaba de su encuentro con los niños. Más de una veintena de caretas de Peggy y otras tantas pelucas integraban el ajuar del popular personaje de Carnaval, que duplicaba el número de vestidos con una bisutería infinita... siempre haciendo juego con el color de cada traje. Su condición de artesano le abrió el camino para modelar en arcilla a Peggy, que luego vaciaba en escayola que servía de molde para sacar la careta final en pasta de papel, sobre la que luego se detenía sacándole color y expresión. La careta se sostenía de la cabeza gracias a una tela que cosía al perímetro, con una cremallera. Y eso era solo la cara del personaje, luego, venía la peluca... Pero era el remate a las casi cinco horas que tardaba en caracterizarse para salir al Carnaval, con la ayuda de sus "damas de honor", algunas vecinas y familiares. Su cuerpo menudo era la estructura que ganaba kilos con gomaespuma hasta lograr sus característicos muslos enfundados en una, otra y otra malla... Pero había que caracterizar hasta el mínimo detalle, como cada mano, con tres pezuñas... y aún así, siempre estuvo habilidosa -ya era Peggy- con su boquilla para el tabaco. Siempre coqueta. Hasta el mínimo detalle. Una vez concluido el ritual, primero fue en su vivienda de Santa Rosalía y, con los años, en el taller en el barrio de Salamanca, salía a la calle dando brincos sin parar.

Hasta tal punto guardó el anonimato que en una oportunidad una prima, que tenía la sospecha de que su familiar daba vida a Peggy, se atrevió en la plaza del Príncipe, cuando escuchaba a la Ni Fú-Ni Fá, a quitarse un imperdible y picar en un muslo a la cerdita. Para su decepción, ni rechistó y certificó, a su entender, que no era José Manuel. Con el paso de los años, azorada y en confianza, le contó la anécdota a su primo: "Esos muslos son tan parecidos a los de la familia, que por eso lo hice...". Y el secreto se mantuvo, aunque a media voz.

Tal día como hoy de hace un año, la murga infantil Distraídos y la adulta Chichosos, una vez conocieron que José Manuel se había instalado en el Hogar Santa Rita, de Puerto de la Cruz, decidieron sorprenderlo con el que fue su último, y casi único, homenaje del Carnaval. "Que me quiten lo bailado", dijo abrazado a la foto de Peggy que le regalaron.