"Los ingleses, que vienen los ingleses". El grito retumbó ayer en la plaza de la Candelaria como hace 218 años durante el intento de conquista de la plaza por las tropas británicas del almirante Horacio Nelson un 25 de julio de 1797. Esta vez procedía del numeroso público, los cientos de personas -en la Gesta más participativa de los últimos años- que se lo pasaron en grande, niños o mayores. Avisaron a los soldados defensores, aplaudieron, gritaron y vibraron entre el intenso ruido de los mosquetones y el olor a pólvora hasta que llegó la rendición en el entorno del Palacio de Carta.

Elegir el edificio ya supuso acertar por ser el único del siglo XVIII que se mantiene como entonces. También destacó en positivo la simbología, el vestuario y el material bélico. Desde las banderas de los regimientos, la española o la "Union Jack", que se turnaron en el balcón central de la Casa de Carta tras ser arriadas. Sin olvidar la francesa por el homenaje especial a los marineros de la corbeta "La Mutine". O el solitario cañón que luego sería protagonista y el monje que paseaba con su biblia (siempre la cruz y la espada). También la aguadora, heroína del pueblo, que se llevó los mayores aplausos y vítores.

"Esos son los buenos", le decía un padre a su hijo cuando aparecían -con retraso sobre lo previsto, tal vez lo peor ayer- los españoles. "Y esos, los malos" refiriéndose a los que hacían de ingleses, incluido el oficial al mando Jonathan al que espoleaba su familia abreviándolo en "John".

Más de cincuenta personas tomaron parte en la recreación de los combates entre los "casacas rojas" invasores y las milicias junto al Regimiento de Infantería de Canarias. Con cientos de curiosos apostados a ambos lados de la ruta.

Antes de la batalla, una retreta floreada de la Banda de Guerra del Regimiento de Infantería Ligera Tenerife 49 recorrió el tramo entre las plazas Weyler y Candelaria. La lectura del bando de guerra del General Gutiérrez precedió a la lucha.

Entre gritos, disparos de mosquetes y pólvora, nativos e ingleses lo hicieron desde las calles Cruz Verde y Candelaria hacia la plaza. La victoria se fue inclinando poco a poco hacia los locales. Tras refugiarse en el Palacio, los ingleses solo se rindieron después de dos estruendosos disparos de cañón. El traslado de los prisioneros y la firma de la capitulación cerraron una buena recreación, un teatro al aire libre en el tórrido verano chicharrero se tratara.

Santa Cruz había rechazado un año más, y ya van 218, el intento de invasión del almirante Nelson.