Entre vino de mora, jugo de parchita, cafecito y buen queso de Anaga. Así, con los productos de la tierra de fondo, transcurrió la mañana de ayer -ideal en lo climatológico, más de primavera que de invierno- para un grupo de residentes en el pueblo de Igueste de San Andrés. No era una jornada cualquiera porque su vecina Gloria, "Mamá Yoya", cumplía 100 años. Y no se llega a esa edad todos los días.

Con algunos problemas de movilidad y pequeños lapsus temporales, "Yoyita" ha llegado muy bien al centenario. Su hija, Mila, que la cuida en la vivienda familiar, cercana a la iglesia de San Pedro y a la plaza central del núcleo anaguense la presenta: "Sabe francés y canta La Marsellesa -lo corroboran los demás-" porque trabajó en las labores de la casa para la conocida como La Madame, una señora francesa que se estableció en el pueblo".

No hubo manera ayer de sacarle una sola nota pero, aseguran sus seres queridos, "hasta hace poco las recordaba igual que al perro de la señora, Triunfant -o algo así porque el conocimiento del idioma galo no nos lo transmitió-".

Gloria muestra la educación y clase innatas del pueblo llano con los "buenos días" y el "adiós" de rigor a los extraños. O con la amplia sonrisa que atempera sus momentos de introspección. Entre el recibimiento y la despedida, es centro de la atención del grupo que forman su hija; Fermín, "el gran colaborador" del pueblo, sobre todo de los mayores; y las hermanas Lía y Lara Cruz (con su pequeño Darío), presidenta y tesorera, respectivamente, de la asociación de vecinos Haineto Príncipe de Anaga organizadora del homenaje.

No faltó la tarta, con el número 100 en las velas, ni el picoteo de cualquier cumpleaños. Por la tarde, nietos y otros familiares, que trabajaban ayer en el horario de mañana, se sumaron a una celebración más íntima.

Justo en la casa pegada a la de Yoya vivió Magdalena Calcines, la anterior abuela de Igueste. Su vida se apagó en 2008 a los 106 años y una placa la recuerda en la puerta. Casualidad. O no.

Yoya parece llevar la longevidad en los genes. La cuestión no es llegar sino cómo hacerlo y ella tamiza, con su figura enjuta y la ropa negra, el paso y el peso de los años. Tal vez sea la tranquilidad, la alimentación o el aire del alisio en una zona privilegiada. Pese al trabajo duro de toda la vida, en el campo y en la casa, llegó al siglo de vida. Gloria centenaria.

Intensa vida entre guerras, trabajo duro y algún revés

Gloria Álvarez Cruz nació el 21 de enero de 1916 en el pueblo donde ha vivido siempre: Igueste de San Andrés. Hija de Ventura y María, fue la segunda de siete hermanos. Su infancia estuvo marcada por la pobreza y la necesidad inherentes al período posterior a la I Guerra Mundial. Apenas tenía doce años cuando empezó a trabajar en las tareas domésticas de una casa. A los 20 llegó la Guerra Civil que llevó a algunos de sus hermanos al frente. Uno de ellos sobrevivió al conflicto bélico, pero al poco tiempo murió mientras mariscaba en la costa iguestera. Gloria trabajó posteriormente en el campo y llevando pescado a La Recova de Santa Cruz. Su vida cambió al casarse con Julio Martín con el que tuvo tres hijos. Solo vive Milagros, los otros dos fallecieron. Esas han sido sus grandes penas. La existencia cotidiana de Yoya transcurre dentro de casa, asomada al postigo, porque ya sale poco. "A veces conoce a las personas y se le nota por la expresión de la cara. Canta y en ocasiones se acuerda de La Marsellesa. Diría que está agradecida a la vida". Así la retrata una de sus vecinas y amigas.