"Si quieres encontrarla busca unas flores caminando". Con ese saludo -mitad ironía, mitad realidad- recibe Lourdes a quien pregunta por Emerinda, su madre. ¿Dónde está ella? Repartiendo flores a pie, con un cesto de mimbre a la cabeza, por el centro de Santa Cruz. Toda una atracción para quien la ve por primera vez; para ella, su forma de vida.

Así lleva casi 40 años, desde que, muy joven, probó suerte en un negocio que no abandonó jamás. Calle arriba y calle abajo ha llenado -y sigue llenando- de flores casas, despachos, patios y terrazas de medio Santa Cruz. Primero con punto de partida en 25 de Julio y, desde hace más o menos dos décadas, con salida desde la céntrica Costa y Grijalba.

Allí tiene un pequeño local desde el que distribuye el género y donde también atiende a quien quiera hacerse con alguna planta.

Nacida en Tacoronte, pero "adoptada" en La Esperanza (El Rosario), Emerinda Pérez, madre de tres hijos -dos varones y una fémina- es todo un ejemplo de mujer trabajadora.

Sin estudios -el esfuerzo en casa se hizo para sus hermanos-, pero con una voluntad de hierro, aprendió a leer "hojeando revistas" y a "contar plata" a base de que no la engañaran en el negocio. "Me defiendo", comenta con una sonrisa.

Antes de hacer de las flores su forma de vida, también trabajó recogiendo leña y pinocha -como tantas otras-, haciendo cestos para tomates con "don Pedro Duque" -en los años 60-, en el tabaco con "Álvaro González" y en el desaparecido invernadero Iberlanda, de la Cruz Chica-El Ortigal. "Menos trabajar en la calle he hecho de todo", remarca. Allí comenzó su relación con las flores. Y vaya si ha durado.

Con más de tres décadas en la calle, y a falta solo de dos años para "poder cobrar", -se sobreentiende que para jubilarse-, Emerinda sigue con la misma gracia y vitalidad de siempre, tratando de llevar las mejores flores a sus clientes, muchos de ellos fijos. "Tengo buena gente a quien venderle", asegura.

"Es la persona más buena, cumplidora, amable y trabajadora que he conocido", tercia una compradora de toda la vida. Con esa carta de presentación difícil es, pues, que tenga enemigos.

"Un florista me denunció una vez porque pensó que yo era una vendedora ambulante. Me decía cosas al pasar, pero yo le respondía cantando", enfatiza ahora Emerinda. "Eso le jodía más".

Y es que se ha definido siempre, y lo sigue haciendo, como una repartidora de flores "a domicilio". Solo que mientras otros utilizan medios mecánicos, ella usa sus piernas, su cabeza y el cesto de mimbre que amortigua con el tradicional rodillo de tela que tanto usaban las mujeres canarias para cargar peso y que ella enrolla con maestría. "Son muchos años", subraya.

Y si la visión que de ella tienen sus clientes quedó expresada de aquella manera, la que ella tiene de ellos no lo es menos. "La gente del centro es muy buena", asegura la vendedora, quien precisa que los anturios son los "preferidos" de los santacruceros, aunque sean los más caros.

Pasada una hora larga de espera por ella, Emerinda regresa por la calle Robaina hacia su local. El negocio ha ido bien, y se nota en su cara. Tanto que vuelve a cargar -de anturios, por supuesto- y sale de nuevo a vender, como hace desde hace casi cuatro décadas: calle arriba y calle abajo.