Aunque su origen esté vinculado a la agricultura, la historia de San Andrés no se entendería sin su relación con el mar y, como consecuencia de ello, con la pesca. Por ello, no es de extrañar que haya existido allí una larga tradición de carpinteros de ribera (aquellos que se ocupan de la construcción artesanal de embarcaciones en madera). Ahora se puede acabar.

José Ramón Martín es, a sus 57 años, el único y, posiblemente, el último artesano de la madera -así prefieren en este medio que los definan- que trabaja en el barrio marinero.

Allí desempeña su labor desde que, con quince años, aprendió el oficio de su tío Genaro. Curiosamente, y al contrario que muchos otros, él nunca quiso tener un barco. "Salí quemado. Yo siempre era el que pintaba el de mi padre", comenta ahora con una sonrisa, mientras repara, junto a la cofradía de pescadores, la embarcación de su cuñado Andrés López.

A pesar de la apariencia, son pocos los trabajos que le salen ahora. "La cosa ha aflojado un montón", reconoce. La crisis económica y el implacable aumento de las embarcaciones de fibra son las principales razones.

No obstante, no siempre fue así. Lo corrobora él y alguien a quien tiene como referente en el mundo de la carpintería de barcos: Manuel Torres Hernández "Lillito". La admiración es tal que no duda en compartir con él experiencias y anécdotas.

"Retirado" desde hace nueve años -tiene 76-, "Lillito" es aún el pasado -vivo- de la carpintería de ribera de San Andrés. Su experiencia lo avala. Durante casi 50 años fue el carpintero del Real Club Náutico de Santa Cruz y llegó a supervisar la creación de yates, con un ciudadano suizo, cerca de Los Rodeos.

Todo un maestro que aprendió la profesión tanto del tío Perico como de otro maestro mayor: José Cova. Aún hoy muestra su admiración y respeto por él.

Su dedicación y pasión fue tanta que no le importó esperar dos años por un libro en español con el que reforzó su aprendizaje del trazado, un paso fundamental en la creación del barco. "Lo tuve que pedir a Buenos Aires", recuerda. "Es una joya, con la que aprendieron muchos", añade.

Aprendizaje que, sin embargo, ahora nadie parece dispuesto a heredar. "Los pibes ahora solo piensan en lo que van a cobrar. La mentalidad es distinta a la de antes", reflexiona José Ramón, quien, por medio del Cabildo, ha participado en dos escuelas taller sobre el oficio. Una de ellas, en el correíllo "La Palma". En total, unos tres años. Tiempo, a juicio de ambos, insuficiente para que alguien conozca todos los secretos de este trabajo. "En las escuelas navales son cuatro años", asegura "Lillito". Y todo ello sin hablar de la titulación que debe tener quien diseñe ahora un barco. "Debe ser un proyecto de un ingeniero naval", detalla Ramón. Por eso expresan su temor a que el oficio se pierda.

Una época muy distinta a cuando "Lillito" desempeñaba su labor. Diferencia en los requisitos e, incluso, en los materiales. Con nostalgia recuerda cómo se acudía hasta los montes del Macizo de Anaga a buscar el mejor árbol para elaborar el barco.

Laurel, til, sanguino, pino canario (para las quillas), sabo o castaño eran las maderas preferidas en ese momento. Se cortaban, previo permiso municipal, y se trasladaban al hombro hasta la playa de Roque Bermejo. Desde allí, y en barco -a remo- se traían hasta la playa "Tras la arena", como siguen conociendo los mayores de San Andrés a Las Teresitas.

Ahora, Ramón trabaja con otros tipos de madera. Y, evidentemente, no proceden del Macizo. Algunas llegan de África, otras de Europa... sapeli, morera o tiama son algunas de ellas. Y también con otras herramientas. Ahora son eléctricas, en su mayor parte.

"Al prohibirse la extracción de madera en la isla cambió hasta la técnica. Antes se hacía todo a mano; la herramienta se fabricaba", reconoce "Lillito". Miembro del Club Antequera, él sí sigue haciéndose a la mar cada vez que puede con su barco de toda la vida, el Andrea 2. Sobra decir que fue quien lo construyó. Falta saber si habrá alguien que lo pueda reparar en el futuro.