Ocurrió hace ya 219 años, pero su representación no llega al decenio (empezó en 2008) y aún se nota. Pese a todo, la recreación concentrada del último intento de invasión de Canarias -ocurrido del 22 al 25 de julio de 1797 y teatralizado de nuevo anoche en la santacrucera plaza de La Candelaria y aledaños- dejó un muy buen sabor en cuanto a los espectaculares enfrentamientos entre las tropas isleñas, con apoyo francés, mucho miliciano e improvisación, y las de los ingleses del ínclito Horacio Nelson, pero defraudó por importantes detalles organizativos fáciles de corregir para el futuro.

El principal hándicap, sin duda, fue que buena parte del público presente no se enteró del relato de los hechos que se hacía de aquel lejano día en el que los barcos ingleses, en una noche oscura y cuando ya casi tocaban la costa chicharrera, amenazaron como nunca la integridad de las Islas, especialmente de Tenerife, referente militar entonces de Canarias. La voz de la narradora se escuchaba de forma más o menos nítida en el graderío colocado al principio de la plaza de La Candelaria, cerca del Palacio de Carta, y en las cercanías, pero resultaba hasta molesta e incomprensible desde media vía hacia abajo para malestar de los muchos espectadores en esta zona, por donde subieron los ingleses en su primera escaramuza.

Otro detalle claramente corregible consiste en cumplir con el horario fijado, ya que ayer se dio un retraso de más de 40 minutos para desespero de algunos padres que habían llevados a sus retoños. Eso sí, desde que comenzaron los cañonazos y los mosquetones a ensordecer a los presentes, con los avances, retiradas y múltiples intercambios entre ambos bandos, la representación entró en la intensidad esperada y, en ningún caso, defraudó. De hecho, cada reculamiento inglés era aclamado por gran parte de los presentes.

Tras la explicación por megafonía de lo que ocurrió durante los días 23, 24 y 25 de julio de 1797, ese que quedó para la historia ligado a la palabra "Gesta", el olor a pólvora, los gritos de "a la línea" de los defensores de Santa Cruz (con el consejero insular de Turismo, Alberto Bernabé, demostrando sus dotes con un mosquetón) y los ingleses en gran parte retrocediendo en formación volvieron por las calles Doctor Allart y Cruz Verde hasta que las huestes británicas se refugiaron en el Palacio de Carta.

Los tinerfeños, con el general Gutiérrez pasando a la historia, saboreaban casi la victoria, que pronto se consumaría con el trapo blanco de la rendición y una capitulación que también pasó a los anales por la caballerosidad de los victoriosos tinerfeños, que atendieron a los ingleses heridos, intercambiaron prisioneros y dejaron marchar a las fragatas y buques británicos que quedaban sin más represalias, aunque con la condición de que se olvidaran para siempre de las Islas, algo que se ha cumplido de sobra con la salvedad bienvenida de los muchos que, desde hace más de medio siglo, engordan nuestro principal motor económico: el turismo.

Mientras los ingleses de la representación de ayer se retiraban y, al poco, seguían sus pasos las tropas isleñas bajo los aplausos del público, a los responsables de esta meritoria recreación les debe quedar la convicción de que sí, de que resulta incluso espectacular, pero que, con pequeñas correcciones, sería digna de premio.