EL DÍA acudió ayer puntual, sobre las cuatro de la tarde, al anunciado -y aplazado la semana pasada por la Gerencia de Urbanismo- lanzamiento de la vecina del barrio del Uruguay, Rosa Velasco.

En lugar de la atención mediática de ocasiones anteriores, en el número 1 de la calle Gil Roldán no había absolutamente nadie. Tampoco en la esquina del inmueble que da a Manuel Verdugo. La hora de la sobremesa y el intenso calor tampoco invitaban a ello, la verdad sea dicha.

Todo se había resuelto, al menos momentáneamente, una hora antes. Durante toda la mañana desde la Gerencia y el IMAS, en una labor coordinada, se intentó convencer a la afectada para que acudiera voluntariamente a un piso compartido de alquiler, el recurso habilitado de forma temporal para ella y sus dos hijas.

Al final Rosa Velasco accedió a trasladarse de manera voluntaria a las 15:00 horas, una antes de la fijada para el lanzamiento. A las 15:30 ya estaba en el piso de acogida y, en ese intervalo, la Unipol procedió al precinto de la casa.

Ese precinto en puertas y ventanas, herméticamente cerradas, y un tendedero con una pieza de ropa negra fue lo único que encontró este periódico al acudir a dar cuenta de lo que ocurría.

Esta vez no hubo retransmisiones en directo ni declaraciones de nadie. Ni de la afectada ni desde las plataformas que apoyan su causa. Con discreción se solventó el nuevo capítulo de este asunto. Ya se verá si se trata de un punto y final o solo seguido, pero, por ahora, es un punto para un caso que lleva años de desarrollo. Una función "de la vida" con un escenario de riesgo como fondo: el edificio apuntalado.