Las estrellas no se ven igual en un libro que durante una noche en el mar. La fuerza de las olas, el viento y el frío, tampoco. Eso ya lo saben 25 estudiantes de la Facultad de Náutica de la Universidad de La Laguna, que pasaron más de un día entero realizando un ejercicio práctico como náufragos. Jennifer y Joel narraron a EL DÍA algunos de los momentos clave de la iniciativa, que estuvo coordinada por el capitán marítimo, Antonio Padrón, y el profesor universitario Antonio Bermejo.

Puede que a Jennifer la atracción por el mar le venga de su abuelo, un pescador de toda la vida en el Puerto de la Cruz. A sus 20 años estudia tercero de Navegación y Transporte Marítimo. Joel, de 18 años, también procede de un pueblo marinero como es Las Galletas, en el municipio de Arona.

Todo empezó con la colocación de los carteles que informaron de la posibilidad de realizar la actividad. A Jennifer le pareció muy interesante el reto e, incluso, le hizo ilusión poder participar.

Los nervios llegaron el día antes de salir al mar. A todos sus compañeros se les planteó una situación nueva y diferente a cualquiera de las vividas en la Facultad hasta ahora y, además, en un medio en el que les gustaría desarrollarse profesionalmente en el futuro.

Y llegó el gran día. Los organizadores mantuvieron una reunión con los alumnos y les dieron algunos consejos básicos para sobrellevar el desafío. Uno de ellos fue que evitaran bañarse, pues así perderían menos fuerzas y no aumentaría la deshidratación. La segunda sugerencia recomendaba que actuaran como un equipo organizado, mientras que la tercera les aconsejaba que optaran por elegir a un "patrón" del barco.

A mediodía del pasado jueves, los medios de comunicación y algunas "personas importantes en el ámbito marítimo" acudieron al muelle de la Facultad de Náutica para despedir a los navegantes y desearles buena suerte.

Jennifer narra que la embarcación donde pasaron 24 horas es un bote salvavidas que, en su momento, perteneció a un buque de pasajeros y que, supuestamente, está homologado para acoger entre 100 y 120 personas.

Un remolcador los ayudó a abandonar la bahía de la capital tinerfeña y los trasladó cerca de la zona de Antequera, en el litoral de Anaga, donde quedaron fondeados. En ese punto deberían pasar toda la tarde y la noche.

La primera dificultad llegó con el sol. No disponían de un toldo para cubrirse. Por eso tuvieron que ingeniárselas con una lona que había en el bote y dos remos para colocar una "cubierta" orientada hacia la proa. Ya entonces la patrona era Ángela, una estudiante de Radioelectrónica Naval, una de las ramas de Náutica. Fue ella quien dio el visto bueno a realizar guardias cada dos horas para garantizar la seguridad. En esas primeras horas, el tiempo se pasó hablando, contando chistes e, incluso, algún atrevido se dio un baño.

Pero con la caída de la tarde empezaron a apretar las "necesidades fisiológicas". Los chicos lo tuvieron más fácil. Dependiendo del viento, se situaron en la proa o la popa "y ya está". En cuanto a las mujeres, se tuvieron que conformar con hacerl sus necesidades en un cubito que les dejaron como equipamiento mínimo en el bote. La intimidad de ese momento se garantizó con una toalla mantenida por otra persona.

Y cayó la noche. El viento y el frío se adueñaron del ambiente, aunque, afortunadamente, todos los "náufragos" iban bien abrigados. y, además, tenían aislantes términos, que habitualmente forman parte del equipamiento de los botes salvavidas.

Joel y Jennifer coinciden en que algunos de los momentos más duros se vivieron en las horas nocturnas. Y es que una de las dificultades fue hallar un emplazamiento para poder dormir con un mínimo de comodidad. Pero ni eso. En realidad, los más afortunados consiguieron echar pequeñas cabezadas, mientras otros mostraban sus quejas por la incomodidad de la embarcación. Algunos pensaron que "menos mal que está homologado para un centenar de personas", puesto que la cuarta parte no se sentían precisamente holgados.

Joel comenta que le afectó más el hambre que la sed, pero a Jennifer le pasó lo contrario. El chico de Las Galletas indicó que las ganas de comer acuciaban casi siempre en las horas en las que suele hacerlo; "después, si no pensabas en ello, se te pasaba". Al joven sureño se le subieron los gemelos varias veces, debido a que estuvo 15 horas en la misma posición, es decir, "medio acostado y encogido".

A las 2:00 horas se produjo la visita del capitán marítimo y el profesor de la Facultad implicados en el proyecto. Además de preguntarles cómo ese encontraban, ambos ofrecieron una improvisada clase de Astronomía que resultó muy práctica a los futuros marineros para aprender a orientarse y saber navegar.

Faltaba poco para que amaneciera. El último turno de vigilancia recibió la visita de una embarcación de la Guardia Civil para comprobar que todo se hallaba bien. En todo momento, los alumnos "náufragos" dispusieron de chalecos salvavidas, una emisora VHS, así como el apoyo de un velero de la Facultad y una embarcación semirrígida situadas en las proximidades del bote de supervivencia.

A las 10:00 horas, uno de los remolcadores del puerto los llevó hasta alta mar, es decir a dos millas de la costa, aproximadamente. En ese instante, la sensación de vivir a la deriva fue mucho más real.

En ocasiones, las olas llegaron a alcanzar un metro y medio y se dejaron sentir especialmente cuando golpearon al bote de costado. Ahí vinieron los problemas para aquellas personas no habituadas a navegar. Algunos se marearon y tres de los estudiantes llegaron a vomitar.

Hasta en esos momentos, la convivencia fue, en general, buena y no hubo enfrentamientos graves.

Después del mediodía, hasta el bote llegaron el velero de la Facultad, la zodiac con Antonio Padrón y Antonio Bermejo, un barco de la Guardia Civil y una embarcación de Salvamar. En ese instante, el capitán marítimo dio órdenes de finalizar el ejercicio y todos volvieron a puerto sanos y salvos.

Jennifer destaca que lo importante fue que "nadie abandonó; todos llegamos felices y nos fuimos a una chuletada en la Facultad". Y concluye convencida: "Ha sido una experiencia gratificante".