El Jueves Santo abre el Triduo Pascual de la liturgia de la Iglesia y todas las celebraciones religiosas de este día giran alrededor de la institución de la Eucaristía, con la Misa in cena Domini, y también se conmemora la institución del sacerdocio, además de ser el día del amor fraterno.

Es una de las fiestas grandes de la Iglesia y en ella se acostumbra, después de la misa, a exponer la Eucaristía de una manera solemne en un altar especial denominado Monumento, palabra de origen latino que etimológicamente significa sepulcro.

El Viernes Santo no hay misa, porque la liturgia se centra en la Cruz del Señor. Por este motivo, desde el anterior se reservaba la eucaristía para la comunión, primero bajo las dos especies, hasta que a partir del siglo XI se excluye la del vino.

Por tradición se acostumbra a realizar siete visitas o estaciones al tabernáculo eucarístico.

El Papa Pío VII Chiaramonti, con un documento de siete de marzo del año 1815, concedió a los que visitaran los monumentos, rogando según la intención del Romano Pontífice, indulgencia plenaria.

Además, Pío VII lucró con indulgencia plenaria a los que practicaran el Jueves Santo, durante una hora, algún ejercicio piadoso alrededor de la eucaristía.

El Monumento se coloca en un lateral de la iglesia y se adorna lo más artísticamente posible, con flores, materiales nobles, frontales de plata, lámparas o candeleros, que arden de forma continuada.

Por su simbolismo popular de sepulcro, que se superpone y prevalece al de la institución de la eucaristía, el tabernáculo solía adoptar la forma de urna o relicario, siempre opaco, que se pueda cerrar con llave, representándose con frecuencia en su cara frontal la Piedad o la deposición en el sepulcro, o el pelícano, y rematándose con éste o con las tres cruces del Calvario.

En Canarias, los monumentos, donde alcanzan su cota más alta de antigüedad y riqueza es en La Laguna, ciudad en la que encontramos el importante dato histórico del caso de la monja de clausura del convento de Santa Catalina conocida como Sor San José, que nunca se cansó de mimar en el pasado su almendro, cuyas flores blancas y azules eran su ofrenda más sentida para el Sagrario del Jueves Santo.

Los monumentos se exponen hoy para dar vida al gran Tabernáculo Glorioso, a través del cual se eleva, al Cristo de las Alturas, el arte como expresión del verdor de cada uno de los ciudadanos que, una vez al año, se reconvierten en orfebres para que no decaiga una tradición única y orgullo de la Iglesia Católica en España, según destaca el marqués de Lozoya y Darias Padrón.

Elegancia, riqueza, suntuosidad y delicadeza se pueden admirar en los monumentos de la Semana Santa de La Laguna, entre los que por curiosidad, sobresale el del convento de Santa Clara, donde se expone el Santísimo Sacramento en un arca que fue donada por la reina Isabel (la católica) a los Padres Franciscanos de Lanzarote, quienes, a su vez, la dieron a las religiosas Clarisas.

Una costumbre cargada de fe es la del citado monasterio relativo al Jueves Santo, día solemne en que las monjas comen de rodillas, como una manera de vivir y expresar su amor y gratitud a Cristo Sacramentado.

Y se hace, según las religiosas Clarisas, "en el día en que Jesús cometió la gran locura de amor de quedarse para siempre con nosotros, instituyendo la Sagrada Eucaristía".

En el caso de Santa Cruz, tenemos que, en el pasado, sus parroquias, concretamente las de La Concepción, San Francisco y El Pilar, rivalizaban en presentar el más bello Monumento.

Los antiguos documentos aluden a que los monumentos de las parroquias de La Concepción y San Francisco, junto con el de la capilla de la Orden Tercera, fueron proyectados y ejecutados por el artista catalán José de Sala, en el año 1782.

Las figuras y los cuadros que los adornaban fueron pintados por el artista francés Ignacio Tahón.

El Monumento de la iglesia de El Pilar fue realizado por el artista tinerfeño Gumersindo Robayna y Lazo, académico y profesor de Bellas Artes de la provincia de Santa Cruz de Tenerife.