El politólogo francés de origen argelino Samï Nair y el pensador y crítico literario nacido en Bulgaria y radicado también en Francia Tzvetan Todorov protagonizaron ayer un segundo encuentro del foro "Ideas para cien años", organizado por la Obra Social y Cultural de CajaCanarias, donde esbozaron las posibilidades de que el siglo XXI vea surgir una verdadera "política de la civilización". En un encuentro previo con los medios de comunicación, ambos resaltaron el desencanto político que reina actualmente en Europa y abogaron por reformas que puedan revertir esta situación.

"Los ciudadanos están totalmente insatisfechos con la manera en que la sociedad está siendo conducida", afirmó Naïr, para quien "el gran problema de la política es que las élites no tienen visión a largo plazo".

En parecidos términos se expresó Todorov. "Apenas llegan al poder empiezan a pensar en la reelección", sostuvo, para luego mostrarse partidario de cambios, como la prohibición de que los gobernantes sean reelegidos.

La incapacidad de los poderes públicos de "crear un sistema de solidaridad mundial" y el "fracaso" de la actuación de los gobiernos -caso de la cumbre del G-20 en Londres hace ahora un año- ha agravado, según Samï Nair, las consecuencias de la crisis económica. El autor de "El imperio frente a la diversidad del mundo" defendió la oportunidad de haber acudido al rescate de las entidades financieras, aunque criticó que "no se hayan puesto reglas" ni se haya controlado ese dinero. "La crisis se puede y se va a repetir, y será más profunda", vaticinó.

"No hemos podido encontrar un medio para luchar contra los excesos de la ideología ultraliberal. Y subrayo el prefijo ultra, porque antaño lo liberal consistía en limitar un poder con otro, mientras que ahora restringir la libertad económica se ha convertido en un tabú", lamentó Tzvetan Todorov.

Para el crítico de origen búlgaro, la "revolución" ultraliberal es "más radical que la Francesa", dado que ésta "reemplazó un tipo de poder por otro" y aquélla ha derivado en que "el poder político como tal ha perdido su razón de ser y su rol se limita a engrasar la maquinaria económica".

Sin embargo, continuó, "la crisis no ha sido lo suficientemente grave para cambiar las mentalidades", ya que "a los seis meses se han vuelto a aplicar las mismas recetas", recordó. La conclusión es que la situación es estructural, no coyuntural.

Entre las posibles consecuencias de este proceso, Sami Naïr auguró un recorte de los derechos sociales. "Quizá los sueldos sean comparables a los de los trabajadores de China o India", especuló. "La crisis es también ideológica, de pobreza y demográfica. Es un problema de civilización", y ante él no hay respuestas "porque las sociedades modernas no tienen las élites que merecen". En este problema de civilización -y "no sólo de solidaridad"- ocupa un lugar la inmigración. Naïr animó a las organizaciones sociales a demandar un "derecho internacional de los migrantes, que les otorgue derechos mínimos", un derecho "no para la inmigración, sino para las personas".

Aunque advirtió que es "muy difícil", Todorov apuntó una posible solución a esta situación: hacer oír "la voz de Europa"