GRACIAS a las modernas técnicas que la meteorología utiliza en la actualidad, los cambios que se producen en la atmósfera pueden ser conocidos con bastante fidelidad con varios días de antelación. Para quienes viven en el continente, a veces la situación genera muchas molestias, pues se planean vacaciones, viajes, tareas en el campo u obras de varios tipos que luego, por la lluvia, el viento o la nieve no pueden llevarse a cabo.

No ocurre lo mismo en nuestras Islas, sobre todo en Tenerife. Salvo en raras ocasiones, la cordillera que separa nuestro territorio en dos sectores perfectamente diferenciados nos da la posibilidad de hallar un tiempo fresco y lluvioso en el Norte y otro más cálido en el Sur, permitiendo al isleño vivir sin demasiadas previsiones en cuanto a la climatología. Si un día de invierno le apetece darse un baño y le dicen que en Bajamar el tiempo es inestable, casi con toda seguridad podrá desplazarse hasta El Médano o Playa de las Américas y podrá cumplir su deseo.

Esta realidad ha hecho que los canarios seamos poco precavidos ante la llegada del invierno. El clima nos permite ir a menudo con una prenda de abrigo ligera -un jersey, un chaleco...- dejando las de mayor consistencia para cuando tenemos que ir a algún lugar situado a mayor altura. Eso al peninsular le resultaría inconcebible puesto que allí las temperaturas invernales son agudas, incluso en tiempos soleados, por lo que es preciso estar siempre abrigados para evitar las enfermedades pulmonares que el frío suele provocar. Y no solo eso: cualquier recorrido que se pretenda realizar en automóvil lleva consigo ciertos preparativos ante lo que pueda pasar. Quiero decir con ello que normalmente en el maletero suele haber un juego de cadenas para los neumáticos, un recipiente con gasolina, un abrigo..., todo ello en previsión de que una repentina nevada nos deje aislados o alejados de lugares de socorro. Por supuesto que cuando una familia pretende visitar un puerto de montaña para disfrutar de la última nevada los pertrechos son aún mayores, sin que falten los esquíes para los más avezados o las tablas para los menores.

En las islas, concretamente en Tenerife, por ser donde más nieva, parece que la improvisación es la actitud más aconsejable. Cuando el Teide luce su blanco manto miles de tinerfeños deciden visitarlo el sábado o domingo siguientes. Aunque el Cabildo diseñe un plan para que la circulación sea más fluida, los atascos comienzan a entorpecerla a media mañana. Se avanza a paso de tortuga, los ánimos se van crispando y se generalizan las quejas contra las autoridades "por no prever lo que podía suceder"... En fin, una cantinela que se repite año tras año, sin que nadie aparentemente quiera asumir que somos nosotros mismos los culpables ante la masiva asistencia.

Mas no es eso lo que da motivo a este comentario sino esa improvisación que antes mencionaba. En los periódicos aparecen las fotos del Teide, nevado y majestuoso, y, hala, todo el mundo de excursión el próximo domingo. ¿Comida? Cualquier cosa... Unas tortillas, unos refrescos, un poco de queso blanco y una botella de vino para combatir el frío. ¿Y qué hacemos si los niños quieren jugar con la nieve? Haría falta un tabla para que puedan deslizarse, pero como a falta de pan buenas son tortas lo suplimos con unas bolsas de basura -de las comunitarias porque son más gruesas- y asunto resuelto.

Planificado el día tan ligeramente las consecuencias se pueden apreciar cuando la gente abandona el lugar y vemos lo que deja detrás. Latas vacías, botellas de refrescos y cervezas, papeles y... bolsas de plástico, las mismas que con tanta diligencia se han procurado para que los niños disfruten deslizándose sobre la nieve. El eficiente servicio de limpieza que atiende nuestro Parque Nacional, consciente de lo que le espera una vez despejada la zona de los puntuales visitantes, comienza su faena desde las primeras horas de la mañana, no tardando en dejar la zona limpia e impoluta. Sin embargo, ¿se ha podido limpiar todo?

En invierno, sobre todo en la zona teidana, no solo el frío se hace notar sino también el viento. Ráfagas que soplan a veces huracanadas barren la superficie helada, remueven la nieve, la derriten para que los diques que horadan las galerías y los pozos se rellenen, y desplazan de un lado a otro, antes de la llegada del servicio de limpieza, los restos que los excursionistas han dejado; sobre todo bolsas de plástico. Muchas de ellas quedan enredadas en las tabaibas, en los enhiestos tajinastes, pero otras vuelan laderas abajo y llegan a lugares poblados, acabando su recorrido en barrancos y escorrentías. Desgraciadamente, la orografía de nuestra Isla es tan abrupta que el servicio de limpieza no da abasto; no puede darlo sin la colaboración ciudadana.

Concluido el proceso, la mesa está servida. Siguiendo la teoría del caos de Edward Lorenz -el aleteo de una mariposa en Japón puede ser la causa de un huracán en su antípoda-, el próximo invierno, quizá este mismo, las lluvias harán que los barrancos corran, pero muchas de estas aguas no llegarán al mar, su destino natural, sino que se desbordarán, anegarán zonas emblemáticas de ciudades y pueblos, porque unas bolsas de plástico, unas p... bolsas de plástico, han taponado los cauces y las tuberías de desagüe.