La seguridad de las centrales nucleares "sigue siendo muy alta" y sería aún mayor si se aplicaran a las plantas en funcionamiento las lecciones extraídas del desastre de Chernóbil, hace hoy 25 años, y de la actual crisis de Fukushima, señala el físico español Antonio Lozano Leyva.

Este catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla subraya en una entrevista que "jamás se conseguirá" una absoluta certeza sobre seguridad en una central de ese tipo, pero pide que se use el sentido común a la hora de evaluar problemas como el de la planta nipona de Fukushima.

"Aún estamos ante la posibilidad de que el accidente de Fukushima no haya provocado ningún muerto a causa de la radiactividad", que es el mayor temor existente en Japón tras la avería y escape radiactivo en varios de sus reactores por la doble acción del terremoto y el tsunami del pasado 11 de marzo, destaca este experto.

El científico recuerda que, en el caso de Fukushima, "estamos ante una prueba imposible de reproducir voluntariamente: someter a una central antigua a un terremoto de máxima intensidad (nueve grados en la escala abierta de Richter) seguido de un tsunami inédito".

Según Lozano Leyva, "las lecciones sobre seguridad han sido muchas", por lo que "si se aplican a las centrales actuales aumentará muchísimo su seguridad".

Otra posibilidad, destaca, "es renovar paulatinamente el parque nuclear (buena parte procedente de los años sesenta y setenta, y correspondiente a plantas de segunda generación) con tecnologías más modernas" y diseños de hasta una sexta generación, ya existentes.

"Por ejemplo, se podría ir sustituyendo los reactores de agua ligera de uranio por los basados en el ciclo del torio", indica Lozano, poniendo como ejemplo a la India.

Esto, y pesar de otros problemas que puedan producirse, explica, "supone multiplicar la seguridad, reducir los residuos, olvidarse de la proliferación y situarnos ante un combustible casi inagotable".

Sobre el accidente de Chernóbil en la antigua Unión Soviética, Lozano Leyva refiere que el riesgo real de radiación para la seguridad europea derivada de ese desastre es "muy pequeño y va disminuyendo".

Incluso ese peligro, afirma, no es hoy día tan grande para el propio país que sufrió la catástrofe.

"Los ucranianos siempre han exagerado las consecuencias del accidente, se supone que en busca de subvenciones", critica escéptico.

No obstante, señala Lozano Leyva, siempre es bienvenida "la solidaridad internacional" para paliar tales efectos, por ejemplo, con aportaciones para la construcción del nuevo sarcófago destinado a cubrir el reactor número cuatro, en el que se produjo la explosión en la madrugada del 26 de abril de 1986.

En este sentido, Lozano considera que Rusia, como heredera de la URSS, debería ser "la que corriera con los gastos del sarcófago -estimados en 1.540 millones de euros (2.251 millones de dólares)-, porque además tiene otras responsabilidades históricas muy serias con el accidente".

Una vez construido, y si esta vez se hace bien, dice el catedrático español, el sarcófago "puede ser tan duradero y resistente como las pirámides de Egipto y ni mucho menos necesita ser tan faraónico".