Aún faltan cuatro días para que Juan Pablo II sea beatificado por el papa Benedicto XVI, pero el recuerdo de este carismático pontífice, fallecido en 2005, ya se ha apoderado de las calles de la Roma, donde los grandes monumentos y las ruinas comparten protagonismo con Karol Wojtyla.

Imágenes enormes que muestran al papa polaco oficiando misa y otras más humanas cogiendo a un niño entre sus brazos pueblan desde hace unos días las estaciones de metro de la Ciudad Eterna, las paradas de guaguas e, incluso, las farolas de las calles más céntricas de Roma.

"Damose da fà. Semo romani (Pongámonos en marcha. Somos romanos)", es el mensaje que se puede leer en muchos carteles.

Está escrito en el dialecto romano porque Juan Pablo II lo pronunció así, una frase que han querido recordar las autoridades de Roma para participar en un momento histórico y sin precedentes como éste, ya que en los últimos diez siglos de la Iglesia católica ningún papa proclamó beato a su predecesor.

A medida que uno se va a acercando a la Ciudad del Vaticano, donde Juan Pablo II se convertirá en beato el domingo, la presencia del que fuera pontífice se acentúa cada vez más, ya que todas las tiendas de recuerdos de la zona han querido rendirle su particular homenaje con un sinfín de objetos diseñados para la ocasión.

Desde los tradicionales calendarios, las postales con su rostro y los bustos de porcelana, hasta las tazas de desayuno, los ceniceros, los platos y las camisetas estampadas con su imagen en todos los colores comparten escaparate con otros recuerdos más típicos de la Ciudad Eterna.

El proceso de beatificación de Juan Pablo II ha sido uno de los más rápidos de la historia de la Iglesia católica, al iniciarse dos meses después de su muerte, sin esperar a que transcurrieran cinco años del fallecimiento, como establece el Derecho Canónico.

Karol Wojtyla, nacido en Wadowice (Polonia) el 18 de mayo de 1920, falleció el 2 de abril de 2005 en Roma. El 28 de junio, tres meses escasos después de su muerte, se abrió el proceso que le elevará a los altares.

La causa se abrió por expreso deseo de Benedicto XVI, sin esperar a que transcurrieran cinco años de su muerte y como ocurrió con la Madre Teresa, la monja de los pobres, a la que beatificó Juan Pablo II seis años y dos meses después de su muerte.

El anuncio fue acogido con gran alegría en el mundo católico, donde aún sigue vivo el grito "santo súbito" (santo ya) que decenas de miles de personas corearon durante el funeral.