Los cinturones de castidad, que se remontan al imaginario de la cultura medieval, y que servían al caballero que se alejaba por cruentas batallas, largos peregrinajes o cruzadas para estar seguro de la fidelidad de su consorte, tienen más de mito que de realidad.

En la Academia de Hungría, situada en el Palazzo Falconieri de Roma, se exponen estos días reproducciones de todos los tipos de cinturones de castidad que se conocen bajo el título "La historia misteriosa de los cinturones de castidad. Mito y realidad".

"Más mito que realidad porque las investigaciones históricas han demostrado que la historia de los cruzados y caballeros que habrían garantizado la integridad de sus mujeres gracias a un instrumento de tortura y sado-fetichismo ha sido en realidad, una gran mentira", dijo Sebestyen Terdik, uno de los comisarios de la muestra.

Observando de cerca de los cinturones de castidad resulta imposible imaginar a una mujer embutida en semejantes artilugios de metal pesados, duros y cortantes, algunos con agujeros estratégicamente colocados y otros incluso sin ellos, cerrados con enormes candados, con los que ni siquiera podría caminar libremente, ni mucho menos sentarse.

Además, según Terdik, los metales producirían sin lugar a dudas y con el pasar de los días terribles heridas y profundas lesiones y pústulas en la epidermis, por no hablar de las infecciones vaginales o anales que producirían y que se agravarían hasta provocar septicemias, que, en este momento resultaría imposible curarlas.

La dudas de su uso real se apoyan en el hecho de que entre los siglos XIV y XVI no se encuentra ninguna alusión a los mismos en la sátira erótica de Bocaccio, Bardello o Rabelais, que describieron la sexualidad de la época.