En un nuevo estudio, publicado en Nature Medicine, investigadores de la Universidad de Loyola, en EEUU, han descrito una nueva técnica que podría convertir a las células T asesinas del sistema inmunológico en armas eficaces contra las infecciones y el cáncer.

La técnica consiste en la introducción de ADN en las células instructoras del sistema inmunológico; así, el ADN dirigiría estas células para que produzcan, en exceso, una proteína específica que impulsa el desarrollo de importantes células T asesinas. Estas células asesinas suelen ser reprimidas en los pacientes con VIH, o cáncer, explica el doctor José A. Guevara-Patiño, autor principal del estudio, profesor asociado en el Instituto de Oncología de la Universidad Loyola.

Guevara y sus colaboradores afirman que la técnica ha demostrado su eficacia en el sistema inmune de ratones inmunodeficientes, y en las células T asesinas tomadas de personas con VIH. Los ensayos clínicos en pacientes con cáncer podrían comenzar en unos tres años.

El estudio se centró en las células asesinas conocidas como células T CD8 y sus células instructoras, conocidas como células presentadoras de antígenos. Las células instructoras se encargan de que las células T CD8 se conviertan en células T asesinas, destinadas a destruir células infectadas o células de cáncer, y de que permanezcan vigilantes si los patógenos reaparecen, o si el cáncer vuelve a aparecer.

Asesinas eficaces

Además de recibir instrucciones de las células presentadoras de antígenos, las células T CD8 necesitan la colaboración de células T ayudantes para convertirse en asesinas eficaces. Sin esta ayuda, las células T asesinas no pueden hacer su trabajo. En los pacientes que tienen VIH, el virus destruye las células T ayudantes; y en los que tienen cáncer, éstas células T también se ven afectadas.

Entre las propiedades insidiosas de un tumor, se encuentra su capacidad para evitar que las células T asesinas los ataquen, mediante la supresión de las células T ayudantes, limitando su capacidad para ayudar a las células T CD8, según explica el doctor Andrew Zloza, uno de los autores principales del estudio.

En el estudio, se introdujeron fragmentos de ADN en las células ayudantes -mediante un dispositivo conocido como pistola de genes- para que estas células produjeran proteínas específicas, que actúan como claves moleculares.