Ser madre con VIH significa para muchas mujeres "dejar de pensar en que puedes morir para dar vida", algo que compensa con creces la soledad y la incomprensión que sufrieron en el momento de tomar esta decisión.

Ana, una de estas madres valientes -que no quiere identificarse con su nombre completo-, ha recordado cómo a comienzos de la década de los noventa se recomendaba a las mujeres con VIH no tener descendencia.

Actualmente, los nuevos tratamientos antirretrovirales ofrecen la posibilidad de tener hijos sin apenas riesgo de trasmisión y efectos secundarios, pero lo cierto es que, como le ocurrió a ella, no es fácil encontrar a alguien que te apoye en esta aventura ante el temor de que la madre y el recién nacido tengan problemas de salud.

"Cuando me quedé embarazada hacía diez años que tenía la infección y todo el mundo me dijo que mejor no me arriesgara", dijo.

Relata que en su entorno muchos parecían preguntarle: "¿Cómo se te ocurre a ti estando enferma querer ser madre?". Aún así, Ana sabía que la decisión que tomara finalmente sería "algo personal".

En su opinión, "una mujer que vive con VIH se puede sentir juzgada o incluso sentirse mal" y ha puesto, como ejemplo, lo que le ocurrió cuando acudió a hacerse la prueba del embarazo.

"Lo primero que me preguntaron es si el embarazo era deseado y contesté que sí; luego, si tenía alguna enfermedad y también contesté que sí, que VIH, e inmediatamente me dijeron que tenía que abortar, recordó con tristeza.

Ana se vinculó "estrechamente" a una ONG donde pudo contactar con otras mujeres que ya habían atravesado por esta experiencia, obtuvo información sobre los nuevos fármacos y sus posibles efectos secundarios y sobre cuántos niños nacían con VIH en España.

Supo entonces que la tasa de trasmisión vertical en este país es menor a un 0,4% y que los antirretrovirales para mujeres embarazadas han demostrado "sobradamente su eficacia y seguridad".

Pese a todo, no encontró "apoyo en ningún sitio" y sintió "incluso miedo" de traer un niño al mundo que pudiera estar infectado.

Una vez tomada la decisión, Ana cuenta con orgullo que "todo fue muy bien, perfecto".

Durante los nueve meses del embarazo su carga viral fue indetectable y sus defensas se mantuvieron normales, su hijo es negativo y ningún de los dos sufrieron efectos secundarios.

La historia de su vida tiene dos momentos importantes, uno trágico y otro feliz: en el que supo que estaba infectada y pensó que podía morir, y cuando dio a luz y supo que no solo vivía, sino que además era capaz de dar vida.

"Dejar de pensar en morir para pensar en dar vida ha sido el mayor milagro", concluye Ana, quien ha aprovechado el Día de la Madre para recomendar a aquellas mujeres con VIH que quieran tener descendencia que "no renuncien a este fuerte deseo".