La Iglesia católica afronta un serio problema de escasez de sacerdotes y vocaciones que deja a miles de pueblos sin párroco propio, una situación que algunas diócesis intentan paliar con la ayuda de diáconos, pese a la desconfianza o desconocimiento de muchos. Los diáconos son hombres, casados o solteros, que se han ordenado en una ceremonia muy similar a la de ordenación de los sacerdotes y que tienen autoridad para realizar muchas de sus funciones, salvo consagrar o absolver pecados. Así, un diácono puede bendecir, bautizar, casar, dar la comunión, llevar el viático a los moribundos, presidir la celebración de la palabra o los funerales y sepulturas.

"Ante la falta de vocaciones, los diáconos podrían servir un papel muy importante, pero no les dejan por desconocimiento o desconfianza", explica el sacerdote José María Estudillo, responsable durante 17 años de la Comisión Diocesana para el Diaconado Permanente de la Archidiócesis de Sevilla.

Los diáconos eran muy frecuentes en los primeros siglos de la Iglesia, pero desaparecieron en el VIII y se recuperan desde la década de 1960.