Todos precisamos creer en algo y en alguien. Cuando nos hallamos en plena búsqueda de un trabajo desde la soledad del desempleo, en el anhelo de una cura cuando se apodera de ti la agonía de la enfermedad, en el hallazgo de la fuerza cuando luchas por un sueño, siempre hay personas.

Antes de comenzar el camino, en cada uno de los pasos hay compañeros de fatigas, cómplices incansables de escuchar frustraciones, esperanzas y desesperos... Son aquellos que ofrecen ánimos, consuelo, presencia, un “tú puedes” a tiempo, un empujón hacia el futuro. Y, en ocasiones, también hacia el propio presente.

Personas, que en ocasiones se disfrazan de exigencia, de verdades severas, de consejos, de compromiso, de tiempo compartido, de brazos remangados dispuestos a la faena. Son personas que creen en quien lo necesita y en su causa.

Hay muchas ideas que mueren porque alguien no las quiso escuchar, no las tomó en cuenta, o simplemente no les dio valor. Quien las ideó quizás arrojó la toalla o tenía un plan alternativo que le distrajo. Quizás no tuvo a su lado personas que respaldaran su proyecto. A lo mejor tuvo más peso la opinión de los demás que la propia.

¿Quizás creyó que la falta de valor que otros atribuían a sus ideas tenía más peso que su propia valo- ración? ¿Tuvo miedo y prefirió no arriesgar? ¿Fue cobarde por sacrificar sus propias creencias, crecimiento y desarrollo personal y profesional por una opinión externa o por un contexto económico? ¿Acaso, después de todo, no murió parte de su persona con lo que pudo ser y no fue? ¿No se preguntará a diario si habría funcionado?

Y al final, ¿se quedó en un pen- samiento efímero, fugaz... que nunca llegó a materializarse? ¿Faltó movilidad o una búsqueda activa, como la necesaria para encontrar empleo, que permita afrontar de cara los obstáculos y gritar a todo el mundo “ésta es mi idea y la haré posible”?

Al conocer el objetivo sólo hay espacio para la acción. Hay que luchar. Dejar los miedos, los coji- nes y almohadones que suavizan la caída, las frases retóricas que no inculpan pero que justifican. Es necesario apoyarse en los seres cercanos, en las personas que asienten con la cabeza cuando se divaga con ideas que pueden parecer locas y descabelladas para el resto de mortales.

A fin de cuentas el éxito consiste en cambiar un “podría” por el “puedo”, un “lo intentaré” por un “ya está hecho”. El deseo que implica un “me gustaría” pasa a convertirse en disfrute del “me gusta” cuando se ha conseguido superar los temores y pasar a la acción. No hay que mirar atrás porque nadie puede detener nuestra voluntad si así queremos. Cada uno tiene su verdad: la que le guía e impulsa. Cuando el miedo apa- rece la mejor opción es afrontarlo porque si no será ese temor el que decida nuestro destino.

A fin de cuentas vivir es arries- gar, sentir, descubrir y nunca dejarse llevar por el desánimo. Vayamos a donde vayamos, las personas nos acompañarán pero es cada uno el que decide por qué camino quiere transitar.