Las empresas actualmente buscan en sus empleados actitud. Cada vez estamos más convencidos de ello… y sí, tambien buscan personal con dos carreras universitarias, un MBA, experiencia en la profesión, cuatro idiomas, programas de ofimática, contabilidad, edición gráfica, buena presencia, disponibilidad absoluta, la flexibilidad de un gimnasta, capacidad para trabajar en equipo, permiso de conducir y vehículo propio. Pero, lo más importante, insistimos, ¡es la actitud!

“A donde fueras, haz lo que vieras”. Sin embargo, los candidatos llegan a empresas que no muestran la actitud que la misma organización exige. Es decir, son empresas que no están a la altura de los requisitos de los candidatos que buscan.

¿O acaso estamos olvidando en la actualidad que el contrato de trabajo es un acuerdo entre las partes? Eso, si hay contrato laboral porque cada vez hay más empresas enamoradas del contrato mercantil. Es una moda entre los empresarios que realizan este tipo de contrato porque no tienen la valentía de correr el riesgo. Riesgo que queda sobre los hombros de las familias y en el peor de los casos de hogares unipersonales que no tienen a quién acudir.

El “tan en boga” concepto de la “responsabilidad social empresarial” sufre el éxito pasajero de “los emprendedores”. Un emprendedor no es más que un empresario que arriesga, que lucha, que emprende… y parece que el término no va acompañado de una connotación negativa. La responsabilidad social empresarial no es más que la ética que muchas empresas perdieron por el camino de la crisis. Es el sentido común el que empuja a las pymes a arrimar el hombro y a las multinacionales a limpiar su fachada para que los usuarios tengamos predisposición de conocer los interiores del edificio.

Las empresas exigen actitud que en no pocas ocasiones implica una sonrisa un lunes por la mañana, el orgullo en boca del empleado a la hora de hablar de la organización, la empatía cuando se atiende al público, las ganas en el desempeño de cualquier tarea, la lucha por la consecución de los objetivos, el olvido diario del horario estipulado en contrato, el buen clima laboral, o la ilusión contagiosa.

Las personas piden actitud. Una sonrisa cada día de la semana, el agradecimiento por el trabajo bien hecho –que no es más que el feedback necesario para saber por dónde andamos–, la empatía a la hora de dar órdenes o de gestionar el personal, las ganas de luchar por los puestos de trabajo y no por el máximo beneficio al mínimo coste, el olvido diario de que somos mano de obra porque ante todo somos personas, el recuerdo constante de lo estipulado en contrato, el buen clima laboral y, también, la ilusión contagiosa.

En la actualidad no se habla de trabajo. Un concepto que resalta la virtud del obrero, de los trabajadores como colectivo. Hoy se habla de empleo para que los empleadores, léase empresarios, se sientan parte del sistema. Y en verdad, ambos extremos se necesitan aunque los segundos en época de crisis se crean que tienen la sartén por el mango y los primeros en época de bonanza obvien las burbujas económicas. No hay que tirar balones fuera. Hay que asumir responsabilidades porque eso también denota actitud. Empresario y empleado son parte del problema pero también de la solución.