El "liderazgo", una palabra que a veces suena de forma positiva y en cambio, en otras ocasiones se reviste de connotaciones negativas.

El liderazgo es el conjunto de habilidades directivas que una persona desarrolla para influir en la forma de ser de un grupo determinado de personas, haciendo que éste trabaje con entusiasmo y motivación en la consecución de objetivos. En este término se esconden muchos verbos como gestionar, promover, incentivar, evaluar, o comunicar.

El liderazgo no es innato y se puede aprender, se construye día a día. Los ingredientes son la determinación, autoexigencia y mucha práctica. Las ganancias son innumerables como el buen clima laboral, la apertura al diálogo, tolerancia, motivación, o crecimiento constante. En resumen, la productividad.

Aunque existen diferentes clasificaciones del liderazgo, hay algunas características imprescindibles que debe de reunir un buen líder.

La proactividad es la capacidad de liderar con los pies en la tierra, pero la cabeza en el cielo. Hay que apostar por inspirarse en los sueños, las aventuras y la imaginación para obtener altas metas.

La escucha activa está relacionada con que hay personas que marcan la diferencia. Hay que prestar atención, buscar aquello con que los demás se identifiquen y también se impliquen con el proyecto.

También es necesario sentir, facilitar la integración y la colaboración. Esta capacidad de sentir algunos la llaman empatía, otros carisma y, en ocasiones, talante.

El empoderamiento hace que un líder en lugar de dar pan, se encargue de dar harina y enseñar a hacer panes. Hay que enseñar, dar espacio y tiempo.

La confianza implica que la puerta siempre esté abierta. No físicamente, sino a las ideas, los cambios. Hay que ser honesto, primero con uno mismo, y también con ellos. El equipo tiene que creer en el líder porque lleva el timón. Esto proporciona seguridad, esperanza, coherencia y compromiso.

La delegación es una importante característica. Requiere entender que delegar no es mandar, es conseguir que el otro asuma como suyas sus tareas, que apueste por la autonomía y tenga iniciativa.

Para ser líder hay que tener valentía. Es necesario asumir riesgos aunque esto implique que a veces hay que equivocarse. El fracaso está presente desde que se siente miedo a intentarlo. Hay que facilitar la innovación, tanto en los momentos en que se producen éxitos como cuando se producen los fracasos.

El liderazgo implica hablar en plural. Un proyecto en común lo realiza un equipo y por lo tanto es necesario mezclarse e interactuar con él.

Hay que reírse, a carcajadas si es posible. Es una buena estrategia para reducir tensiones, robar sonrisas, minimizar problemas, compartir, relacionarse. En el fondo, para enriquecerse.

Por último pero no menos importante, hay que abrirse al aprendizaje. Nunca se deja de aprender.