En la estrella más cercana a nosotros, el Sol, se observan regularmente fulguraciones de diferentes energías y duración que van desde el rango óptico de la luz hasta los rayos X; sabemos que la actividad del Sol varía en una escala de tiempo de unos doce años; y también conocemos que sus fulguraciones pueden afectar a las actividades humanas en la Tierra: un ejemplo destacado fue la gran perturbación en la red eléctrica HydroQuébec de Canadá de 1989.

¿Cuál es su número, su duración, su energía, y qué alimenta estas llamaradas? ¿Son peores las grandes fulguraciones esporádicas o, tal vez, si un planeta está cerca de una estrella que tiene muchas fulguraciones de baja energía, el efecto podría ser mucho mayor e incluso evitar la formación de vida?

Estas son algunas de las preguntas que se hacen los profesionales del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y a las que está tratando de dar respuesta el Gran Telescopio Canarias (GTC).

Los investigadores utilizaron datos espectroscópicos obtenidos con el instrumento OSIRIS, instalado en el Gran Telescopio Canarias (GTC), ubicado en el Observatorio del Roque de los Muchachos de La Palma.

Y es que con el GTC se ha podido determinar las características de la fulguración de la estrella; en particular, se ha estimado su masa al poder compararla con otras estrellas poco masivas bien conocidas.

Estos nuevos datos también serán un acicate para volver a examinar los efectos que las estrellas con muchas fulguraciones pueden tener en la química de la atmósfera de exoplanetas.