Doce organismos científicos de siete países afrontan estos días en la costa de Gran Canaria el reto de envejecer un siglo el Atlántico de forma acelerada, en solo tres meses, para conocer cuál será el futuro que espera a los océanos si siguen absorbiendo CO2 al ritmo actual.

Los ciudadanos están cada vez más concienciados de que las emisiones de gases de efecto invernadero calientan la atmósfera y están cambiando el clima en todo el planeta, pero no tantos conocen la dimensión del impacto que ese proceso provoca sobre los océanos, que año tras año se vuelven más ácidos debido al dióxido de carbono.

Los científicos que estudian el cambio global y su influencia sobre las masas de agua que cubren la mayor parte de la Tierra dan por sentado que la acidez de los océanos casi se va a triplicar en el curso del próximo siglo (aumentará un 170 %), con consecuencias aún desconocidas, pero nada prometedoras para el ser humano.

El gerente de la Plataforma Oceánica de Canarias (Plocan), José Joaquín Hernández Brito, recuerda que miles de organismos marinos forman sus conchas o esqueletos con carbonato cálcico, en un proceso que deviene imposible a partir de un determinado nivel de acidez en el agua. Como resultado, algunos de ellos van a desaparecer.

¿Debe preocuparse el hombre por ello? Hernández Brito no tiene dudas: esos cambios en los ecosistemas pueden interrumpir las cadenas tróficas de las que dependen muchas de las pesquerías que alimentan a miles de personas y, de paso, borrar del mapa los arrecifes que protegen las costas del embate de los temporales.

"Y más de 500 millones de personas desarrollan su actividad en torno a áreas que están afectadas por estos arrecifes", añade.

El Centro Oceanográfico Helmholtz de Kiel (Alemania) ya ha estudiado cuáles son los cambios que pueden esperarse debido a ese procedimiento de acidificación en varios emplazamientos del norte de Europa, pero casi siempre en localizaciones de aguas frías y ricas en nutrientes que representan solo una pequeña parte del océano.

En cambio, la mayoría de la superficie marina la forman vastas extensiones de agua pobre en nutrientes, oligotróficas, como las que pueden encontrarse alrededor de Canarias; de ahí el lugar elegido para esta nueva edición de los experimentos Kosmos.

En realidad, este ensayo supone la repetición del que ya se intentó en enero en la propia costa de Gran Canaria, con la mala fortuna de que un fuerte temporal rompió varios de los contenedores de agua marina que se utilizan para simular el cambio climático.

El Centro Helmholtz y sus socios en esta experiencia -grupos de investigación marina de Suecia, Holanda, Francia, Alemania, EEUU y España- utilizan para reproducir los cambios esperados en el próximo siglo nueve tanques de agua de mar, que han sido fondeados en la bahía de Gando, en Telde, con unos 50.000 litros cada uno.

Esos tanques herméticamente cerrados, denominados "mesocosmos", constituyen cada uno un pequeño ecosistema, con plancton y larvas de peces, sobre el que se va insuflando CO2 hasta provocar que el agua llegue a los niveles de acidez previstos a 20, 50 y 100 años vista.

Los científicos medirán a diario en ellos 50 parámetros diferentes, biológicos, físicos y físicos, con los que confían en deducir cuál será el impacto que el cambio climático habrá producido sobre los océanos a comienzos del siglo XXII.

Si sus previsiones se cumplen, a final de año ya tendrán una primera "foto" de cuáles serán esos cambios, apunta Hernández Brito.

En el caso de Canarias, el experimento tiene una variante para acercarse lo más posible a las condiciones reales: a algunos de los mesocosmos se les añadirá progresivamente agua rica en nutrientes tomada hoy a seis millas de la costa, a 600 metros de profundidad.

De ese modo, reproducen un fenómeno natural: la surgencia de aguas profundas que se produce regularmente en esta zona y en otros puntos del Atlántico y enriquece los ecosistemas.