Mientras la ola gigante del tsunami se avecinaba sobre la región indonesia de Aceh, muchos de sus habitantes dudaron ante la alternativa de intentar buscar refugio en las colinas controladas por la guerrilla separatista.

Aceh era una zona lastrada por más de tres décadas de guerra entre el GAM (Gerakan Aceh Merdeka o Movimiento Aceh Libre) y el Ejército indonesio cuando el 26 de diciembre de 2004 fue golpeada por un terremoto de 9,1 grados y el tsunami provocado por el sismo.

Más de 170.000 personas murieron aquella mañana de domingo en esta región situada en el norte de la isla de Sumatra a causa de una catástrofe de una magnitud tan colosal que llegó a propiciar el fin del conflicto armado.

Ocho meses más tarde, en agosto, el Gobierno indonesio y líderes del GAM firmaban en Helsinki un acuerdo de paz que sigue vigente y permitió un mayor desarrollo del gobierno de la región, la única donde rige la sharia, controlado hoy por exmiembros de la guerrilla.

"La gente tenía miedo. Necesitaba agua, electricidad. Costó que me tomaran confianza cuando me vieron llegar", explica un cooperante que prefiere guardar el anonimato, uno de los primeros en llegar tras el tsunami a Lambaro Neugid, una zona bajo control del GAM.

"La vida antes del tsunami era muy difícil. No podíamos ir al monte, donde teníamos las plantaciones en terrazas, porque ahí estaba el GAM. Tampoco podíamos ir a pescar porque en el llano estaba el Ejército", recuerda una de las vecinas, que también esconde su identidad.

Además de los frecuentes combates, la población sufrió el acoso constante y los maltratos tanto de la guerrilla como del Ejército ante la permanente sospecha de su colaboración con el enemigo.

Casi cada noche había asesinatos y los cadáveres de las víctimas aparecían por la mañana en las calles durante la brutal campaña de contrainsurgencia de las fuerzas de seguridad indonesias, que camparon a sus anchas con la imposición de la ley marcial.

La devastación causada por el tsunami lo cambió todo y, al día siguiente, el Gobierno indonesio levantó la prohibición de acceso a Aceh a las organizaciones internacionales.

"Yakarta entendió que tenía una oportunidad para reconstruir Aceh pero que para ello necesitaba rehacer la confianza rota y abrir la región a la ayuda internacional", explica la analista Lilianne Fan, vinculada con Aceh desde 1999.

"El tsunami abrió los ojos a todos. Vieron la importancia de algo más allá de sus propias agendas. La humanidad fue el factor clave. Fue lo que trajo la paz", añade Buchari, elegido alcalde de Aceh Besar tras la catástrofe.

"Ayudó a estabilizar la situación política. Había mucho odio social pero la experiencia del tsunami hizo Indonesia mucho más abierta, abrió las mentalidades", subraya Myrna Evora, la directora en el país de Plan, una de las organizaciones que participó en la reconstrucción.

Las relaciones casi nunca fueron fáciles entre Jakarta y Aceh, región de fuerte personalidad, considerada la puerta de entrada del islam en el Sudeste de Asia, y que fue uno de los sultanatos más prósperos y poderosos de la zona durante los siglos XVI y XVII.

Una placa en los jardines de la gran mezquita de Baiturrahman, en Banda Aceh, indica el lugar exacto donde en 1873 el general holandés J.H.R. Köhler fue acuchillado por los locales, contrarios al intento de colonización por parte de los europeos.

Es una prueba de la belicosidad de los acehnenses, celosos de su autonomía, pero que también se enorgullecen de haber correspondido con dos aviones a la petición de ayuda que hizo el general Sukarno en 1945 durante la lucha por la independencia de Indonesia.

La paz de 2005 supuso la ampliación del Gobierno autónomo pero la implementación de los acuerdos no ha convencido a exguerrilleros como Harmia, un excomandante del GAM, reconvertido hoy en jefe de distrito del mayoritario Partido Aceh.

"Hubo avances para Aceh pero Yakarta no ha cumplido con parte del acuerdo. Siguen controlando defensa, seguridad, inmigración, impuestos. Y nuestra bandera e himno aún no son oficiales", lamenta.

El excombatiente asegura que solo dejó las armas porque se lo ordenaron los líderes del GAM, pero pese a su disconformidad con el rumbo de la paz descarta volver a cogerlas y aboga por limitar la lucha al terreno de la ideología.

"Estoy contento con que el Gobierno este en manos del partido pero cuando reclamamos nuestros derechos a Yakarta, nos encontramos con una pared", dice Harmia, que no esconde su desprecio hacia Java y la preponderancia de esta isla en la política indonesia.

Casi diez años después de que callaran las armas, y con Aceh plenamente recuperada materialmente de la destrucción causada por el tsuanmi, el recuerdo de los años de guerra aún atormenta a una población que todavía hoy desconfía.

"Me tenían en la lista negra, los unos y los otros, porque no quise colaborar con ninguno de ellos. Siguen viéndome como sospechoso", asegura un vecino de Lamburo Neugid.