"No se confundan, este no es otro artículo escrito lleno de estadísticas. El acoso escolar no va de números, ni de risas, ni siquiera de insultos. El acoso escolar va de sentimientos. Digo esto porque se confunde mucho la típica broma de turno con un acoso. Esta es la forma que tienen los acosadores de refugiarse: diciendo que era una broma, que no sabían cómo te sentías y ahora que lo saben, tampoco piensan parar.

El caso es este: vine nueva de un colegio a otro. No conocía a nadie y la primera semana piensas que va a ser la mejor época de tu vida cuando en realidad estás hablando sin saber. De repente te das cuenta de que nadie te habla pero piensas que solo necesitas tiempo, después de todo, nunca se te ha dado bien eso de hacer amigos y los que tenías del otro colegio se han esfumado como si fuesen humo, como si nunca hubiesen estado.

Pasan las semanas y sigues sola, hablas poco y lo que hablas lo haces de forma que sin saber cómo, tus compañeros empiezan a alejarse. En vez de pasar de desconocidos a conocidos parece que es a la inversa. Un día pillas a alguien mirándote y riéndose, al siguiente también. Empiezas a dudar de ti, ellos empiezan a decirte las cosas a la cara mientras la clase entera se ríe. Como siempre, ellos piensan que son chistes. Te acercas a alguien un día durante el recreo intentando hacer amigos, puesto que ya es raro no hablarse con nadie. Recibes el primer golpe, una pelota de baloncesto. Se disculpan entre risas.

Sin darte cuenta consigues sobrellevar el calvario que se ha convertido el primer curso fuera del colegio, pero lo peor está por llegar. Ahora estás sola, en casa, la única interacción con personas de tu edad es en algún cursillo por la tarde, pero eso no basta. Empiezas a preguntarte qué hiciste mal, por qué se alejaron tus (falsos) amigos de toda la vida y por qué los que se suponían que iban a ser los nuevos han acabado el curso riéndose de ti mientras llorabas en el baño. Allí también es el sitio donde ibas a comer, ya que te llaman gorda.

Comienzas a mirar internet más de la cuenta, es ese gran amigo en los estudios que pronto se convertirá en enemigo. Encuentras algo llamado páginas pro-Ana y pro-Mia, webs donde las dueñas son enfermas que idolatran la anorexia y la bulimia como una forma de vida. Te dicen que no comer es bueno porque estarás delgada y tus compañeros ya no te criticarán, pero también te dicen que cortarte la piel con la hoja de un afilador puede traerte paz cuando te sientas mal.

Esto me pasó a mí. Al principio tenía miedo, sabía las consecuencias de ayunar y cortarse parecía demasiado doloroso. Hasta que llegas a ese punto donde colapsas y todo te da igual. Puedo decir que antes de que terminase el verano ya era adicta a una droga silenciosa: las autolesiones, e hice de las cuchillas mis nuevas mejores amigas. También adelgacé bastante, aunque los atracones me podían y vomitar nunca se hizo fácil. Puedo decir sin remordimientos que para fin de año ya había perdido toda esperanza y puse fecha y hora, pensando de manera muy precipitada, a la hora de mi muerte. Tampoco tengo miedo de decirlo: mi forma favorita de morir siempre fue saltar desde el tejado de mi casa. Sería como volar un segundo y, además, no te darías ni cuenta del golpe. Pero como es obvio, no era valiente y me arrepentí.

Yo creía que nadie estaba ahí para mí, y los que lo estaban parecían haberse escondido muy bien. Fui yo la que decidí que ya bastaba de tanto sufrimiento, de días sin dormir, de tener miedo de ir al colegio, de tener ansiedad y esconderse en los baños durante toda la media hora que duraba el recreo. La primera profesora a la que se lo dije no ayudó, mis padres no entendían cuando intentaba explicar lo que me pasaba. Quería encontrar esperanza, pero no podía. Finalmente comencé una terapia. No diré que fue fácil porque no lo fue ni tampoco lo está siendo ahora, pero al cabo de un tiempo fue efectivo. No es nada milagroso, yo pensé que lo sería, pero no.

Hasta que no decidí actuar y dejar de encerrarme en mi cálida burbuja de autocompasión, no pasó nada. No es fácil, pero vale la pena. Por fin puedo pensar, siendo consciente de la realidad, que vale la pena estar viva y que puedo alcanzar de nuevo el camino correcto donde dejar la crítica apartada para siempre y poder respirar tranquila. Y es que de las autolesiones se sale, y del bullying, también".