En lo que va de año, dos episodios de violencia familiar han acabado de forma trágica en Tenerife. En junio, un menor de 16 años, de origen brasileño, mató a su padre, de 37, y después lo descuartizó y tiró sus restos al mar en dos maletas en Santa Cruz de Tenerife. Ambos habían discutido porque el adolescente era consumidor de hachís. Hace poco más de una semana, un joven, de 18 años y nacionalidad croata, apuñaló y trató de estrangular a su madre en Arona. La víctima finalmente murió en el hospital. Minutos antes habían discutido. Dichos casos son la "punta del iceberg" de un creciente problema social: las agresiones filioparentales (de hijos a padres).

¿Todo ocurre por un arrebato espontáneo? ¿O es el fruto de una escalada violenta del hijo o el nieto? La doctora Ascensión Fumero, profesora titular del departamento de Psicología Clínica, Psicobiología y Metodología de la Universidad de La Laguna, se decanta por un proceso de agravamiento de las acciones. Aclara que se produce una interacción de las características personales del menor o joven y los elementos familiares, principalmente la educación que recibe el protagonista.

Fumero dice que, entre las características personales, figura la baja autoestima, gracias a que se les "gratifica" de forma excesiva, sin necesidad de que superen obstáculos relevantes.

Otro de los rasgos de estos chicos es, según Fumero, el egocentrismo, en la medida en que muchas veces sus familias les inculcan que "ellos son los mejores" y eso les fomenta el "narcicismo". En tercer lugar está la "impulsividad", es decir, no reflexionan antes de actuar, según la citada profesora, que apunta que tampoco se ponen en el lugar de los demás (baja empatía) y tienen muy poca capacidad de frustración (a poco que algo les salga mal, se ponen muy agresivos). Si a esas características se suma el consumo de sustancias adictivas, el problema se agrava significativamente, según Ascensión Fumero.

En el otro lado está la forma en la que son educados muchos menores. El uso de la violencia para resolver conflictos o tener unos padres excesivamente permisivos en las conductas cotidianas son otros elementos serios de riesgo. Es decir, no poner normas de comportamiento claras o que se "negocie de igual a igual entre padres e hijos" para decidir qué se hace no ayuda en absoluto, según esta doctora. La psicóloga forense Lidia Quintana afirma que "una cosa es escuchar al hijo y otra que sea el menor el que tome las decisiones". Quintana dice que "de ahí nace el joven tirano, que cree que se lo merece todo y lo exige". Paralelamente, está el perfil de los padres "superprotectores", porque el hijo ha sido muy deseado o nació tardíamente. Según Fumero, gran parte de la violencia familiar la generan menores adoptados. Y un porcentaje elevado de las víctimas de esas agresiones son madres, abuelas o padres mayores, en general.

Los afectados, a juicio de esta experta, no ponen castigos eficaces y no saben "decir que no".

Fumero estima que ese proceso suele experimentar una "escalada", que empieza con insultos o manipulaciones de los padres; sigue con la intimidación verbal y la rotura de objetos, así como con la comisión de pequeños robos. Los siguientes pasos son más peligrosos.

Lidia Quintana advierte de que también se da el fenómeno del "negligente ausente". Se da en familias de nivel económico medio o medio alto, donde uno o ambos padres trabajan muchas horas.

Estos progenitores, según Quintana, piensan que sus hijos de 10, 11 o 12 años son mayores de lo que realmente son y les entregan la llave para que vayan a casa y realicen solos tareas domésticas, sus deberes escolares y demás. Para la psicóloga forense, se les encarga "un peso demasiado grande", para el que no están preparados. Por ejemplo: "toma la llave, sabes dónde está la comida, pones a lavar la ropa y friegas la loza en el lavavajillas". Y los menores se equivocan y se frustran. Utilizan la violencia para imponerse a los padres ante su falta de madurez, según la citada experta.

Quintana explica que después vienen "los suspensos, las exigencias, el hecho de que pasen mucho tiempo en la calle o que metan la pata con el móvil". Para esta profesional de la Psicología, "si nadie les ha enseñado a estos menores qué es correcto y qué no con el móvil o internet, no lo pueden saber". A estos niños o adolescentes les falta alguien que supervise su vida para guiarlos adecuadamente. Lidia Quintana explica un caso que estudió en su despacho profesional. Un padre le manifestó que él no le miraba el móvil a su hija de 11 años, porque eso suponía invadir su intimidad. Esta especialista comenta que ese ejemplo representa una concepción errónea de la relación entre padre e hija. Es decir, que los padres tienen la obligación "de enseñar a comer y a vestir" a sus hijos, pero también a controlar los contenidos que reciben o emiten por el móvil, la tableta o el ordenador. Quintana aclara que "los niños no vienen enseñados de nacimiento" y "hay que saber decirles que no".