La aristócrata cubana María Elena de Cárdenas, a la que la justicia española ha reconocido derechos sobre tres marquesados, uno de ellos hasta ahora en manos de la empresaria Alicia Koplowitz, recuerda a sus casi 98 años que de niña quería ser sevillana como su madre.

"Ella me decía, no, no puede ser, son cosas de la vida, tú eres mitad y mitad", dice esta habanera de pelo blanco y sonrisa y ojos vivos en la casa de estilo andaluz donde vive en Coral Gables, una zona residencial aledaña a Miami (EEUU).

Esa casa, llena de azulejos, fuentes, flores y muchos retratos y otras huellas de antepasados de "Manana", como la llaman su hijo, sus dos nietos y sus tres bisnietos, fue tomada esta semana por "asalto" por amigos y conocidos de la familia.

Todos querían festejar que la justicia española aceptó en primera instancia su reclamación del marquesado de Bellavista, un título nobiliario en poder de Alicia Koplowitz, una de las mujeres más ricas de España, propietaria de una selecta colección de arte.

María Elena de Cárdenas, que cuando recibió estaba tocando de memoria al piano el bolero "Bésame mucho", ya había tenido el mismo resultado con sus reclamaciones de los marquesados de Almendares y Campo Florido, el primero disputado a Miguel Mariano Freire Gómez, hijo de un presidente de Cuba, y el segundo a Alicia Alcocer Koplowitz, sobrina de la empresaria.

En estos casos los procesos, iniciados en 2014, han llegado ya a segunda instancia con un resultado favorable para esta descendiente de los Cárdenas Vélez de Guevara.

En María Elena se da la rareza de que tiene ascendientes en las tres ramas de los Cárdenas de Cuba, una por cada uno de los tres hermanos de ese apellido, Ignacio, Agustín y Nicolás, arribados a la isla allá por 1580, señala una persona allegada a la familia.

El escudo de los Cárdenas, con dos lobos como motivo principal, preside el zaguán de la casa de María Elena junto a los de los Herrera y los O''Farrill, otros de los apellidos familiares, aunque sobre el dintel de la puerta el que domina es el de Cuba.

"Me siento muy contenta, muy feliz", afirma De Cárdenas, sentada bajo un retrato del segundo marqués de Almendares, mientras muestra un anillo de sello y un reloj de oro vinculados a ese título.

En una alacena se exhiben varias piezas de una vajilla de Compañía de Indias con motivos chinos, una corona y la leyenda "Excmo. Sr. Marqués de Almendares" rodeada de los colores de España.

La vajilla, para 60 comensales, tardó un año en llegar desde China a Cuba y hoy está esparcida por todo el mundo, dice la familia de "Manana".

La Compañía de Indias se equivocó y puso una corona real en los platos y fuentes en vez de la correspondiente a un marqués, un error que le agrega valor a unas piezas ya de por sí únicas.

Cuando se le pregunta qué le movió a reclamar los títulos, si fue la vanidad o el orgullo, "Manana" dice: "fue el corazón".

Aunque bromea y afirma misteriosa que habrá que ver quién heredará los títulos si definitivamente la justicia reconoce que es ella quien tiene mayores derechos sobre ellos, más tarde dice que su deseo es que sean un legado para su hijo y sus nietos.

Aunque también lo hizo -agrega- por los que la precedieron en la línea familiar y al decirlo dirige la mirada a los muchos retratos de sus antepasados que la rodean.

No es que "Manana" y su familia hubieran perdido los títulos que ahora reclaman, sino que estuvieron inactivos mucho tiempo debido a las circunstancias por las que atravesaron ellos y otros miles de cubanos en la segunda mitad del siglo XX.

Otras personas los reclamaron, mientras ella, su esposo y su hijo Luis trataban de acostumbrarse al país al que llegaron en 1960, un año después de la revolución encabezada por Fidel Castro.

Aquí ha vivido feliz esta mujer que asegura que el secreto de haber llegado a los 97 es "haber querido hacer siempre el bien", aunque no siempre lo haya conseguido.

Su hijo, Luis de la Vega y Cárdenas, que tenía 14 años cuando la familia llegó a Estados Unidos, dice que fue "muy duro" empezar de nuevo.

"Manana", su hijo y sus dos nietos viajaron a Cuba como turistas en el año 2002. Fueron a ver la casa de la familia en el barrio habanero del Vedado y otros lugares. Lo que vio a ella le preocupó "un poco", "porque hacía tiempo que no estaba allí".

"Hay que acostumbrarse", señala "Manana", siempre cuidadosa con las palabras.

Su hijo recuerda que el primer día vieron como se encendían las luces del Malecón y se emocionaron, y que el último recuerdo que se llevaron del viaje fue la visión de las palmas reales mecidas por el viento.