Desconocido e ignorado hasta hace nada, cuando se asociaba a zonas remotas del Tercer Mundo, el ébola hizo a los españoles contener la respiración tres veranos atrás, cuando viajó desde Liberia a Madrid en el cuerpo del religioso Miguel Pajares, primera víctima europea de esta mortífera enfermedad.

El 12 de agosto de 2014, el sacerdote español sucumbía a la crueldad del virus, que había iniciado su letal camino cinco meses antes en Guinea Conakry para expandirse después a Liberia y Sierra Leona, sembrando casos también en Nigeria, Senegal, Estados Unidos, Reino Unido, Italia y Mali.

Comenzaba así la mayor epidemia de ébola de la historia, con más de 28.600 personas contagiadas y más de 11.300 fallecidas en dos años.

Desde la semana anterior, Pajares tenía fiebre alta y su estado de salud ya preocupaba porque además padecía problemas cardiacos. Los temores se confirmaron cuando las pruebas que le realizaron dieron positivo.

La alarma dio poca tregua y volvió a saltar el 6 de octubre al confirmarse que una de las auxiliares de enfermería que atendió a García Viejo, Teresa Romero, había contraído la enfermedad.

Un día después, su marido, Javier Limón, fue ingresado en aislamiento, al igual que un ingeniero español procedente de Nigeria y otras dos sanitarias que asistieron a los misioneros. En total, medio centenar de personas estuvieron bajo vigilancia. Mientras, en medio de la polémica por la gestión de la enfermedad, el día 12 llegaba la esperanza al saberse que la carga viral en la auxiliar se estaba reduciendo y, cinco días después, que el ébola había remitido.