España padece una de las sequías más severas de los últimos decenios como consecuencia de la escasez de precipitaciones que ha dejado vacíos los embalses de las cuencas del sureste, pero también y de forma alarmante los del cuadrante noroeste, con registros en torno al 30%, nunca vistos desde 1990.

El agua embalsada -a falta de contabilizar las últimas lluvias- se encuentra 20 puntos por debajo de la media de los últimos 10 años, una situación que se vuelve delicada en las cuencas del Miño-Sil, Segura, Júcar, Guadalquivir y sobre todo en la del Duero, con casi un 30 por ciento menos que hace 10 años. Aunque en la península ibérica la sequía es un fenómeno habitual por su situación geográfica -el 75% de su territorio es susceptible de sufrir desertización- hay que remontarse a los primeros años de la década de los 90, en concreto 1991-1995, para encontrar un episodio de escasez de agua tan agudo como este.

El estado de sequía actual es el resultado de años con poca precipitación -en 2014 y 2016 llovió un 6% menos que la media-, de una primavera con escasas lluvias, la más seca desde 1965, y de las redes de abastecimiento a la población que pierden casi el 25% del agua. A esos factores hay que sumar el fuerte incremento del turismo en todo el territorio y de la superficie de regadío que han originado una fuerte presión sobre los recursos hídricos. El pasado año hidrológico (2016-2017) resultó muy seco en general, especialmente en la España más verde, con Galicia, norte de Castilla y León, gran parte de Asturias y Cantabria y áreas de Extremadura a la cabeza, seguidas de Andalucía y Canarias.