Desde finales del siglo XVII se tiene constancia en Sevilla de la existencia de talleres dedicados al bordado en oro, plata y sedas de colores para la Semana Santa, una labor que se convirtió en una tradición y se adaptó al arte barroco y perduró en la ciudad.

Los profesionales de este oficio, completamente artesanal desde la confección del dibujo hasta la entrega de la pieza, presumen de preservar aún hoy la esencia de una antigua profesión que ha sabido renovarse para que en pleno siglo XXI se prefiera un trabajo hecho a mano al ejecutado por una máquina.

Tres de estos bordadores sevillanos son Mariano Martín Santoja, José Antonio Grande de León y Francisco Carrera Iglesias, artistas que en su momento supusieron una "revolución" al mostrar que los hombres podían dedicarse a una labor que hasta entonces estaba destinada a las mujeres.

Hoy son siete los talleres de bordado en oro más conocidos en la capital, cinco de los cuales fueron creados por hombres que tuvieron que acudir a bordadoras para que les enseñaran en sus tiempos libres.

Martín Santoja, con una amplia trayectoria a sus espaldas, subraya, en declaraciones a Efe, su condición de "apasionado de la Semana Santa y amante de las manualidades".

Ello le llevó a participar en el taller de bordados de la Hermandad del Calvario, primero, y después a "convencer a una monja" del convento de Santa Isabel para que le corrigiera sus primeros trabajos, de manera que pudo perfeccionar la técnica hasta estar capacitado para fundar su propio obrador.

El diseño de las piezas se remonta a la época barroca sevillana del siglo XVII, aunque fue evolucionando hasta imitar la naturaleza con figuras ovaladas, algo propio del romanticismo.

Con la llegada de los duques de Montpensier, el costumbrismo regionalista le dio a la ciudad una impronta personal que luego evolucionó en el barroco sevillano, estilo que "se ha adaptado a la idiosincrasia de la población y que, en función de la hermandad, se ha querido recuperar porque les recuerda más a la época del siglo XIX", comenta Iglesias, bordador con 42 años de experiencia que asegura que en la Semana Santa hay modas donde prevalecen técnicas y diseños antiguos.

Las hermandades son el cliente principal de los talleres de bordado en oro, que recuperan la técnica usada en siglos pasados al apostar por un estilo renacentista: las ramas entrelazadas y los motivos florales como la azucena, las rosas de pasión y los jazmines, que simbolizan la salvación, siguen un eje simétrico que, en el caso del manto, va desde el centro hasta la parte central de la cola.

Las piezas de bordados de la Semana Santa se incluyen en la saya y el manto, que son el vestido de la Virgen y la capa que va sobre su espalda; en la túnica, el traje de Jesús; en la insignia, imagen que caracteriza la cofradía; en el palio, dosel o cubierta ornamental que llevan los pasos de la virgen; y en el misterio, todo el paso de Cristo que incluye el soporte y los trajes.

El proceso de bordado se inicia con el diseño dibujado en papel, mientras que las piezas del bosquejo se bordan en bastidores individuales, soportes que sirven para fijar y tensar el tejido para poder bordarlo.

Posteriormente, se pega la tela final grande sobre su base con almidón de arroz y en ésta se cose el papel y se borda cada pieza desde el centro de la tela final hacia afuera retirando el papel a su paso.

Los trajes son restaurados una vez que se ha desgastado la tela manteniendo al máximo su versión original, de modo que hay piezas que siguen subsistiendo después de más de un siglo de ser creadas.

El traje más antiguo documentado es la túnica de la figura del Cristo de las Tres Caídas de la Hermandad de San Isidoro, bordada en 1718 en oro sobre terciopelo granate.