Las cremas y los perfumes fueron su negocio, y en una época en que las mujeres apenas salían solas a la calle, Helena Rubinstein fue una "trotamundos", pionera de la industria de la belleza, recuerda el Museo Judío de Viena en una muestra.

"La idea era dar a conocer a una mujer valiente, que fue la primera empresaria de la belleza en crear una marca internacional", explica Danielle Spera, directora del Museo.

A su muerte en 1965 en Nueva York, a los 95 años de edad, esta mujer de escasa estatura (medía solo 1,47 metros) había logrado ser "una más" entre los principales artistas, escritores y pintores del momento.

Tanto es así que el gran pintor español Salvador Dalí (1904-1989) se encargó del diseño de uno de sus polvos compactos y la candidata francesa al Nobel de Literatura Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954) escribió uno de los eslóganes para la marca.

Nacida en diciembre de 1870 en Cracovia (Polonia), Chaja Rubinstein, nombre que luego cambió por el de Helena, fue la mayor de ocho hermanas en una familia judía, y ya desde joven se negó a seguir el camino que se esperaba de ella.

"No fue fácil oponerse a los deseos de sus padres", asegura Spera, una de las coordinadoras de la exposición.

Como castigo por negarse a casarse con el hombre elegido para ella, sus padres la mandaron a Viena, a los 16 años, a trabajar con unos familiares que eran propietarios de una tienda de pieles en la capital del Imperio Austro Húngaro.

Pero esta vuelta del destino le sirvió para aprender cómo llevar un negocio, y así supo montar el suyo propio en 1899, en la lejana Australia, adonde había emigrado en 1896, para trabajar como institutriz.

Allí se dio cuenta de que las cremas caseras que había llevado consigo obraban milagros en las pieles quemadas por el sol austral.

Se había llevado doce tarros en su maleta y con la ayuda de un farmacéutico local logró producir más e incluso mejoró la receta con productos locales, explica la directora del museo.

La reformulada crema hidratante "Valaze" ("regalo del cielo", en húngaro) le permitió abrir su primer local en Melbourne, con tal éxito que pudo traerse a gran parte de su familia a Australia.

No obstante, al cabo de un tiempo el negocio se le quedó pequeño, por lo que decidió marcharse a París, la capital mundial de la moda y la belleza, y dejar la tienda de Melbourne en manos de sus hermanas.

"Nunca se olvidó de los suyos. Dio trabajo a todos sus hermanos y sus familias. En ese sentido vivió según la tradición (judía) ortodoxa: cuidó de su familia", relata Spera.

Cuando Polonia fue invadida por los nazis en 1939 y casi todos los judíos de ese país fueron asesinados en los siguientes años, sólo una hermana de Helena Rubinstein seguía viviendo en Cracovia.

"Es seguro que los salvó a (casi) todos de una muerte segura en el Holocausto", apunta la directora del Museo Judío de Viena.

La "Madame", como también la llamaban en su entorno, supo sobre todo venderse a sí misma y sus productos.

Dos reglas regían su estrategia: cuánto más caro, más desearán las clientas el producto, y cualquier mujer puede ser atractiva si pone de su parte el suficiente esfuerzo.

En la muestra de Viena se pueden ver varias fotos en las que Rubinstein maneja probetas y viste una bata blanca de laboratorio.

Una fila interminable de antiguos carteles que promocionan sus cremas, tónicos y perfumes, cuelga de una de las paredes del museo.

Según Spera, a la propia Rubinstein le gustaba supervisar cada diseño de envase de sus productos y de sus salones.

Para los años 30, Rubinstein, que había abierto ya locales en París y Londres, se codeaba con grandes artistas -en la exhibición hay enmarcado un retrato que le hizo Picasso- y amasaba una fortuna que invertía en pinturas y esculturas.

Tras desatarse en Europa la Segunda Guerra Mundial, emigró a Estados Unidos junto a su marido y sus dos hijos.

En la Exposición Internacional de Nueva York de 1939, Rubinstein presentó uno de los productos más recordados de toda su carrera, la máscara de pestañas resistente al agua, que era un invento de la esteticista vienesa Helene Winterstein-Kambersky.

"Ambas firmaron un contrato por el que Rubinstein podía vender el producto en todo el mundo", explica la coordinadora de la muestra.

El documento original, enmarcado encima de varias máscaras de pestañas de la época, se puede ver asimismo en la exhibición, abierta al público hasta el próximo 6 de mayo.

En otra sala se puede leer lo que decía Rubinstein sobre lo efímero de la belleza, aunque esta exposición deja claro que el legado de toda una vida dedicada a ella, permanece intacto.