La afluencia de turistas, los salarios más altos y las propinas de los extranjeros animaron a muchos filipinos a vivir del turismo en Boracay, unos ingresos que se han esfumado durante los seis meses que esa isla ha estado cerrada al público.

Con dos hijos, Rexie Rebaca, de 30 años, mantenía a su familia sin lujos pero sin demasiadas dificultades con su sueldo de camarero en uno de los hoteles de moda en primera línea de playa de unos de los principales destinos turísticos de Filipinas, que atrajo más de dos millones de visitantes en 2017.

"Ha sido duro. No he tenido más remedio que trabajar como albañil en la remodelación del hotel estos meses", cuenta Rexie.

Tras seis meses cerrada al turismo por orden del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, para frenar la expansión hotelera y rehabilitar el entorno, Boracay, situada en el centro del archipiélago, reabrirá el 26 de octubre con estrictas normas medioambientales.

Antes de la clausura el pasado abril de Boracay, Rexie ganaba poco más del salario mínimo, 10.000 pesos mensuales (unos 190 dólares), cantidad que engordaba gracias al 10 % de servicio que le correspondía por cada cliente, más las propinas.

Ahora, como muchos empleados del sector turístico en Boracay recolocados en las labores de rehabilitación de la isla, gana el salario mínimo de 323 pesos diarios (6 dólares).

"Espero recuperar pronto mi trabajo de camarero", desea Rexie, quien sí está de acuerdo con el cierre de la isla porque estaba "masificada y llena de basura".

Comparte esa opinión Ray Mond Pinlac, de 35 años, que mantuvo su empleo porque trabaja para una cadena hotelera que lo recolocó en uno de sus hoteles en Manila, a unos 300 kilómetros de allí.

"He encontrado la isla mucho mejor, las playas ahora están limpias", refiere Ray, feliz de estar de vuelta ya en Boracay para atender a los primeros visitantes nacionales que llegan a la isla desde el 15 de octubre a modo de ensayo ante la inauguración.

Aunque casi todo el mundo en Boracay, que cuenta con unos 30.000 habitantes, opina que había que tomar medidas ante la masificación y contaminación del lugar -la gente dejaba basura en la playa y varios hoteles vertían residuos directamente al mar-; muchos discrepan en la forma.

"Creo que se podía haber remodelado sin cerrar la isla. Somos muchos los que vivimos del turismo aquí", se queja Jonel Bautista, de 34 años, conductor de un triciclo motorizado.

Sin turistas no hay clientes, así que Jonel optó por regresar a su natal Bacolod para trabajar de camarero durante la pausa de actividad en Boracay, ya que la ayuda de 15.000 pesos (270 dólares) que el Gobierno concedió a estos desempleados temporales no es suficiente para sostenerse.

"Antes ganaba unos 900 pesos diarios (16 dólares), ahora a penas llego a los 300 (5,5 dólares)", apunta Jonel, que ha vuelto a recorrer con su triciclo las caóticas calles de Boracay, aún en obras, ante la apertura parcial de la isla.

Su compañero de profesión, Jimmy Sonio no tuvo tanta suerte, ya que ni encontró un empleo durante este "exilio forzoso" a su natal Kalibo, ni recibió la ayuda estatal: "Piden muchos papeles y trámites. Yo no he tenido ningún ingreso en estos meses", se lamenta.

Anita Monroe, dueña de una casa de huéspedes en el portal de alquileres turísticos AirBnb, también critica los retrasos y excesivo papeleo a la hora de recibir la ayuda estatal, y teme no haber conseguido todos los permisos para poder reabrir su pequeño negocio el próximo 26 de octubre.

"La playa está bien pero la isla no está lista para el turismo. Las carreteras no están terminadas y no se puede ni caminar por la acera. Así la gente no va a querer venir a Boracay", teme Anita, que ha sobrevivido estos meses gracias a sus modestos ahorros.

Cuando se anunció el cierre de Boracay, el gobierno dijo contar con un presupuesto de 450 millones de pesos (8,3 millones de dólares) para asistir a unos 25.000 trabajadores afectados por la clausura, aunque eso no incluía a los empleados del sector informal.

Es el caso de las hermanas Joan, Jessica y Janice Domínguez, que trabajaban en un puesto de venta de artesanía y souvenirs cerca de la playa: "Tuvimos que cerrar y volver a nuestra casa en Kalibo", relata Joan.

"El cierre de la isla fue precipitado. No nos dieron tiempo para prepararnos", añade su hermana Jessica.

Pero la reapertura de la isla no va a devolver el trabajo a todos porque el límite de 19.200 turistas diarios obligará a recortar empleos, por lo que el Gobierno negocia con los hoteles la reubicación de unos 22.000 asalariados en otros destinos.