El brote de ébola que asuela el noreste de la República Democrática del Congo (RDC), que cumple hoy tres meses, sigue lejos de erradicarse no solo por la violencia, sino por el miedo, la desconfianza y la cultura de quienes contraen el virus.

"Aunque la gente conoce el ébola y cómo hay que tratado, el hecho de ser infectado por una enfermedad que puede llegar a ser mortal les empuja a tener reacciones irracionales, escondiéndose y negándolo", detalló el portavoz en este país del Fondo de la ONU para la Infancia (Unicef), Yves Willemot.

"Estoy bastante seguro de que si tuviéramos que afrontar una epidemia de ébola en Europa o algún lugar similar, nos enfrentaríamos a comportamientos similares", añadió Willemot, quien reconoció, no obstante, que en esta ocasión el rechazo comunitario está siendo mayor que en pasadas epidemias.

Desde que se declarara este brote, en las provincias de Ituri y Kivu del Norte, el pasado 1 de agosto, el número de muertes probables asciende a 179, de las que 144 han dado positivo en laboratorio, según los datos oficiales del Ministerio de Sanidad congoleño divulgados hasta el pasado día 30.

Desde el pasado 8 de agosto, cuando empezaron las vacunaciones, más de 24.800 personas han sido inoculadas, en su mayoría, en las ciudades de Mabalako, Beni, Mandima, Katwa y Butembo, de acuerdo con las últimas cifras de las autoridades congoleñas.

"El ébola es una enfermedad aterradora. Se requieren importantes esfuerzos para mejorar la confianza de las comunidades locales, especialmente en Beni", epicentro de una segunda oleada de este virus y donde se repiten espirales de violencia, según fuentes de Médicos Sin Fronteras (MSF).

"Esta falta de confianza es comprensiblemente más exacerbada en un contexto que padece conflictos de violencia desde hace años y donde la desconfianza de la población hacia las autoridades está profundamente arraigada", señala MSF.

La inseguridad imperante en esta región, debido a la presencia de grupos armados y cientos de miles de desplazados -que podrían haber estado en contacto con personas infectadas- dificulta mucho la pronta erradicación de esta epidemia.

"También están las llamadas ''zonas rojas'', áreas a las que no podemos acceder debido a la inseguridad. Algunos contactos de pacientes de ébola se desplazaron a estas áreas y no sabemos si están enfermos o no, o si han contagiado a otros", agregan las fuentes de la ONG.

El pasado 22 de septiembre, la urbe de Beni fue declarada "ciudad muerta" durante días tras un supuesto ataque de rebeldes ugandeses.

Y hace tan solo diez días, otro ataque similar en la zona de Rwenzori de Beni, que causó al menos 12 muertos, paralizó de nuevo las actividades de rastreo de contactos y de sensibilización.

El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó este martes, 30 de octubre, por unanimidad, una resolución para expresar su preocupación por el brote de ébola en la RDC y pedir el cese de los combates en la zona, con el fin de facilitar la lucha contra la enfermedad.

Para MSF, "la violencia contra los trabajadores de la salud en las últimas semanas también es muy preocupante, particularmente, contra los equipos que realizan entierros seguros", ya que "resulta complicado explicar a las comunidades por qué deben hacerse de una manera que no sigue las tradiciones locales".

A fin de combatir el brote, entidades sobre el terreno, como Unicef, cuentan desde septiembre con supervivientes del ébola dentro de sus equipos de sensibilización, que prueban que se puede superar esta enfermedad -que ya suma 279 casos- si se trata a tiempo.

Se trata del peor brote de ébola en la RDC en la última década y el segundo declarado en 2018, tan solo ocho días después de que el ministro de Sanidad, Oly Ilunga, proclamase el fin de la anterior epidemia en julio, en el noroeste del país.

El virus del ébola se transmite a través del contacto directo con la sangre y la secreción de la piel y las mucosas, especialmente, justo después de morir.

El brote más devastador a nivel global -que dejó 11.300 muertos y más de 28.500 infectados, según la Organización Mundial de la Salud (OMS)- fue declarado en marzo de 2014 en Guinea-Conakri.

Desde esta nación se expandió de forma exponencial a países vecinos como Sierra Leona y Liberia, en parte, por la tradición de lavar y besar a los muertos en funerales multitudinarios, una costumbre que también se da en la República Democrática del Congo.