Jesús Domínguez es bombero, jefe del parque de La Laguna y el próximo 13 de marzo cumplirá 33 años de trayectoria en esa profesión. Por ese motivo, la pasada semana fue distinguido por el Consorcio de Tenerife con la Medalla de Oro de la institución. En más de tres décadas de actividad ha presenciado un cambio abismal en los procedimientos de actuación, los equipos de intervención y el perfil de las personas que integran dicho cuerpo de emergencias.

En primer lugar, explica que se siente "muy satisfecho por haber podido ayudar a los demás" en todo este tiempo. Cuando decidió trabajar en la extinción de incendios y los rescates aun no existía el Consorcio insular. En 1986 entró a formar parte del parque de bomberos del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Con apenas 22 años, para acceder a dicha organización tuvo que superar unas pruebas que consistían en subir una cuerda en escuadra (con las piernas formando ángulo recto con el tronco), levantar 50 kilos, saltar 90 centímetros, nadar y correr. Las pruebas teóricas consistían en aprenderse 15 temas, de los que dos de ellos debía exponerlos verbalmente ante el Tribunal. De aquel proceso selectivo recuerda con orgullo que fue el primero de su promoción. Y aunque únicamente estaba convocada una plaza, finalmente entraron tres bomberos en total.

Domínguez insiste en que, a nivel personal, el precio que se debe pagar en su trabajo es la "pérdida de sensibilidad" ante los sucesos dramáticos a los que, en ocasiones, hay que hacer frente. En sus comienzos, cuando se trasladaba a una intervención, un veterano le dijo que se imaginara el peor escenario posible y, de esa manera, lo que se encontraría no sería tan impactante. Y así lo ha intentado aplicar.

Recuerda como uno de sus servicios más relevantes y desagradables la excarcelación de tres cadáveres de una avioneta que en julio del año 2006 se estrelló en una finca de Llano del Moro. Un instructor de vuelo y dos alumnos acababan de despegar del aeropuerto de Los Rodeos, pero su viaje se truncó. Y, además, debió llevar a cabo la actuación con un equipo de noveles. Pero, evidentemente, también recuerda "las calamidades" sufridas en la riada que afectó a Santa Cruz de Tenerife el 31 de marzo de 2002. Jesús Domínguez explica que aquel domingo le tocaba descansar, porque había trabajado en el turno anterior. Con sinceridad, señala que, cuando lo activaron para que se incorporara al servicio por la magnitud de las incidencias, estaba en su domicilio y "lo primero que tuve que hacer fue achicar agua de un cuarto de mi casa". Después acudió hasta el parque de Tomé Cano. De aquellos días, manifiesta que "lo peor fue enfrentarse a las pérdidas humanas". Una de las imágenes más duras que evoca de aquel momento fue desenterrar a un hombre que las aguas arrastraron en el barrio de María Jiménez. La víctima abrió una puerta trasera de su vivienda y las escorrentías lo llevaron hasta un torreón de luz, donde quedó sepultado. Como ejemplo de la cantidad de agua que llegó a la parte baja de la capital, cita que en el edificio de Hacienda quedaron anegadas cuatro plantas de aparcamientos.

Un pañuelo en la nariz y la boca contra el humo

Sobre otros muchos servicios ordinarios de incendios, Domínguez afirma que es duro ver cómo las personas que han trabajado toda su vida para tener su vivienda, "la pierden en un momento". De sus primeros años como profesional, recuerda que "había mandos y veteranos que, con 65 años, eran los que dirigían el trabajo y los primeros que se metían para apagar un fuego". Por su experiencia, comenta que, "a más edad, más respeto" en las intervenciones con fuego y rescates difíciles. Opina que, a partir de los 60, los bomberos ya deben tener una segunda actividad. El jefe del parque de La Laguna explica que, a finales de los años 80, los bomberos con más edad entraban a los lugares llenos de humo "con un pañuelo en la cara que les tapaba la boca y la nariz". Nada que ver con la seguridad actual.