Unos padres sobreprotectores o, por el contrario, muy tiránicos y excesivamente exigentes conforman, habitualmente, el hábitat que desencadena la violencia filioparental, un fenómeno que ha existido siempre y que al igual que lo ocurrido con la violencia machista se ha "ocultado" fuera del ámbito familiar hasta hace pocos años.

Así lo afirma el experto en terapia familiar, doctor en Psicología y profesor de la Universidad de Málaga, Alberto Rodríguez Morejón, en una entrevista con motivo de su participación en Bilbao en el congreso internacional "Conflicto y crisis en las familias: avances en la intervención clínica y comunitaria", que se celebra en la Universidad de Deusto.

Sobre las causas y el origen de esta violencia, que puede llegar a afectar a una de cada cuatro familias, Rodríguez Morejón ha asegurado que se puede encontrar en cualquier contexto cultural y social, pero habitualmente se da en dos modelos familiares "opuestos".

Por un lado, padres sobreprotectores que han educado a sus hijos acostumbrados a que se les de todo y si se les niega no soportan la frustración, y se ponen violentos, y por otro, familias "muy tiránicas y excesivamente exigentes e, incluso, violentas, y cuando los hijos crecen y físicamente se pueden defender, se enfrentan con el mismo estilo con el que han sido enseñados".

"En cada caso concreto hay una mezcla de variables que desembocan en esa situación", ha dicho, pero ha alertado sobre "esa especie de tradición judeocristiana tradicionalmente aceptada de que si el niño se está ganando una torta le puede venir bien propinársela: hemos construido una cultura en la que la violencia puede ser una solución".

Con el paso del tiempo y en la medida en que la sociedad ha ido cambiando, esa violencia "retorna y ya no son los padres los que dan un cachete sino que los hijos se defienden con violencia: hemos pasado de algo casi aceptado a convertirlo en un problema, y ahora tenemos hijos e hijas adolescentes terriblemente violentos con sus padres", ha resaltado.

Otra variable "fundamental" de este tipo de violencia, que se ha agudizado con la crisis económica, surge cuando un hijo adulto, normalmente sin ingresos y sin familia propia, sigue conviviendo con los padres, una situación que por sí misma genera una frustración, que se suma a que ya no valen las normas establecidas para cuando tenía 14 años porque posiblemente se acerque a los 30.

Ante tanta diversidad de causas, este experto ha mantenido que es "difícil" establecer un "perfil tipo" del agresor porque también existe una parte "intrapersonal" de cada uno y de su forma de enfrentarse a los problemas.

Ha concretado, sin embargo, que en el caso de los adolescentes violentos, este comportamiento está asociado a consumo de drogas y al uso de videojuegos o visión de películas en las que la violencia es un fin en sí mismo, unido en muchas ocasiones a que carecen de un proyecto de vida claro.

"Cuanto más se complica el contexto social, más posibilidades de agresión: hablamos de adolescentes con poco encaje escolar, con problemas serios para encontrar un empleo como alternativa a lo escolar, y que viven muy separados de los padres: existe una brecha muy importante entre ellos".

Ha destacado también que los progenitores no denuncian estas situaciones "hasta que no llegan al extremo" porque supone reconocer el "fracaso como padres, la tragedia que se vive en casa, y todo unido al temor a perder al hijo y al sentimiento de culpa".

"Pero hay ocasiones en que en terapia decimos claramente a los padres que avisen a la Policía, porque corren un riesgo y no son capaces de contener a su hijo, y además, la agresión es un delito y no podemos encubrirlo", ha señalado.

Como mensaje positivo ha afirmado que cuando se trata de gente joven, las terapias "funcionan" si se interviene de forma rápida y coordinada, al contrario que ocurre con los agresores en la violencia machista, principalmente cuando llevan muchos años ejerciendo la violencia, según ha comparado.

Según su criterio, la violencia generalmente no empieza por los golpes, sino que en primer lugar aparece una violencia psicológica con descalificaciones e intercambio de insultos.

"Ese es el primer síntoma de que algo está ocurriendo; cuando llega el primer contacto físico es hora de pedir ayuda", ha concluido.