Suele ocurrir después de los grandes accidentes de aviación que siempre aparece alguien que asegura que salvó la vida por un cambio de planes de última hora, por un atasco o, incluso, porque tuvo un pálpito negativo. En el "Berge Istra", aunque no era un avión, sino un barco, y que naufragó en aguas del Pacífico el 30 de diciembre de 1975, sucedió algo en esa línea. El afortunado en este caso fue Jorge Abreu, un santacrucero de 69 años que estuvo a punto de embarcarse, pero que "in extremis" pidió a la compañía noruega responsable del buque no hacerlo. El motivo: se había casado tan solo dos días antes y su esposa le mostró su disconformidad con que se fuese de casa tan pronto.

"Yo estoy vivo gracias a Dios y a mi mujer, que no me dejó ir", sintetiza Jorge sobre el final feliz de una historia que empezó casi por casualidad. Hijo del barrio de Duggi, Abreu estudió Bachiller y tres años de perito mercantil. Pasó después a trabajar junto a su padre en una panadería que estuvo primero en la capitalina calle Porlier y que posteriormente trasladaron a Vistabella. Es decir, su vida iba por unos derroteros que poco o nada tenían que ver con el mar. Sin embargo, todo cambió con 19 años y una inesperada carta de dos páginas firmada por el capitán de un petrolero de nombre "Shigeo Nagano".

Era una oferta de trabajo detrás de la que se encontraba su cuñado. Tripulante de ese buque, le habló a sus superiores sobre Abreu, que terminaría enrolándose. Allí pasó casi seis años de los que guarda un muy grato recuerdo. "Fue una época fuera de serie", señala. Y es que, por un lado, los sueldos en este tipo de embarcaciones eran mucho más sustanciosos que los que por entonces se cobraban en la Isla, mientras que la experiencia le permitió conocer lugares como Beirut, Pakistán, Siria, Madagascar, Mozambique, el Golfo Pérsico, India y Japón. Fundamentalmente, su función en el barco estaba en las máquinas. "Los motormen eran los especialistas, y después estábamos los engrasadores", precisa acerca de su labor.

En un coloso como aquel, las tuercas de una culata se aflojaban a golpe de mandarria. Y uno de esos martillazos descomunales fue a parar por accidente a Jorge, que acabó tendido en el suelo sin conocimiento. Lo asistieron y logró reponerse, pero la empresa, de vuelta a Tenerife, le pidió que pasase por el médico. Tras el obligado parón tenían un nuevo destino para él: el "Berge Istra".

Se trataba de un carguero que, a la postre, se convirtió en triste protagonista de un libro ("La tragedia del Berge Istra: odisea de dos tripulantes tinerfeños", de José Delgado Díaz), numerosas publicaciones periodísticas y hasta un documental ("Los náufragos del Berge Istra", dirigido por Víctor Calero). Concretamente, lo que le ocurrió a este gigante de más de 227.500 toneladas fue que se hundió en ruta desde Brasil a Japón. Murieron 30 personas, de las que diez eran canarias, y sobrevivieron dos tinerfeños: Imeldo Barreto, de la Punta del Hidalgo, y Epifanio Perdomo, de Taganana, después de pasar 20 días a la deriva en una balsa hasta que pudieron ser rescatados por una embarcación japonesa.

Su proeza volvió a la actualidad el mes pasado, cuando se dio cumplimiento a un acuerdo plenario adoptado tiempo atrás por el Ayuntamiento de La Laguna para homenajearlos. La noticia de que se había celebrado un acto de colocación de una placa para rendir un tributo a todos los que sufrieron el naufragio fue lo que agitó los recuerdos de Jorge Abreu.

"Escapé en tablas", celebra hoy, sentado en un banco de la zona de Tomé Cano, en referencia a lo poco que le faltó para estar en aquel viaje. "Cuando le llevé el alta a la compañía me dijeron: Pasado mañana vienes por aquí, te damos un pasaje, te vas a este país y te subes en el ''Berge Istra''. Y yo les dije: Vale", relata. El transcurrir de los hechos dio un giro de 180 grados al llegar a su casa. "Mi mujer me dijo: Cuatro años y medio que no nos vemos, nos casamos anteayer y te vas pasado mañana... Y pensé: Pues es verdad", prosigue. La solución fue volver a la naviera, explicar que había contraído matrimonio dos días antes y pedir que si su presencia a bordo podía posponerse. Aceptaron. El acuerdo era que se fuese de luna de miel y que después se reincorporase.

La desgracia no le tocó a él, pero sí a dos antiguos compañeros suyos del "Shigeo Nagano". Además, su cuñado estuvo en el "Berge Istra" hasta un año y medio antes del fatal desenlace, por lo que también se libró por poco. "Era el barco más moderno y mejor de la época. En los camarotes, a la derecha, había una mesa pegada a la pared; al fondo, un sillón grande en piel y dos ojos de buey; estaba la cama con unas gavetas debajo; en la puerta, un botón para el aire acondicionado, y tenían hasta nevera", visualiza Jorge sobre las fotos que vio de aquel buque del que estuvo a punto de ser marinero y del que el destino hizo que se convirtiese en una especie de "superviviente".

Fue el final de su relación con las embarcaciones. "Me quedé trabajando aquí; porque miedo al mar no le tengo, pero sí respeto", admite. Hoy de aquel tiempo le quedan las vivencias, como la de haber logrado el cambio de pistón más rápido de su compañía, lo que supuso que el equipo de máquinas tuviese que estar trabajando más de 26 horas consecutivas. "Cada hora venían dos cocineros con dos cubos de aluminio llenos de leche fresca, y te tenías que tomar un litro debido a los gases", apunta. De la misma manera, todavía resuena en sus oídos el "Stand by, stand by, stand by" que, a través de la megafonía, interrumpía la faena para ir a tomar el café de las 10:30 horas y de las 16:00, en ese segundo caso acompañado de dos galletas.

Ese mismo mensaje fue el que escuchó en los 70 en Portugal. El "Shigeo Nagano" había partido apenas una hora antes tras una reparación en el puerto de Lisboa, pero el capitán tenía algo que anunciar: se había producido un levantamiento militar, la Revolución de los Claveles. Más tenso fue otro capítulo destacado de la historia que le tocó vivir a bordo y en primera línea. "Fuimos a Beirut a cargar. Allí no había muelles, sino boyas, y estábamos un montón de barcos esperando. De pronto empezamos a ver los aviones y los bombardeos. Era la Guerra de los Seis Días", rememora.