Más de 30 años de trabajo como policía dan para contar muchas historias. Algunas pueden resultar tristes y desagradables, pero otras son alegres y divertidas. Hace tres lustros, un mando policial de Tenerife, Eduardo Solla, empezó a pensar que sería una buena idea reunir en un libro aquellas experiencias jocosas y humanas que ha vivido en primera persona y que le han contado otros compañeros. Así surgió la semilla del proyecto denominado "El Bargutillo y otras anécdotas policiales".

Solla es actualmente inspector jefe y responsable de la Unidad de Delincuencia Económica y Violenta (UDEV) en la Brigada Provincial de Policía Judicial del Cuerpo Nacional de Policía en Santa Cruz de Tenerife. Además, preside el Centro Gallego de la Isla. Recuerda que, antes de empezar a dar forma a la iniciativa, tuvo sus "lógicas reticencias", porque se considera un autor novato. En cambio, tenía a su favor que el tema no es nada común y parte de los potenciales lectores son miembros de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado. Al comentar su idea con otros compañeros, muchos de ellos también habían pensado en reflejar en papel la "intrahistoria" divertida de su trabajo. Solla evoca en la presentación de su publicación que, hace décadas, como consecuencia de la falta de medios, los agentes salían a la calle con "una pistola, grilletes y su mente, sin más".

Y apunta que, "cuando se podía", se patrullaba en coches oficiales, y otras veces se hacía a pie, porque "los vehículos eran escasos". Explica que "se daban también las circunstancias favorables de la cantidad de horas que permanecíamos juntos de servicio; hoy en día la jornada laboral es de 37 horas y media a la semana, pero hasta hace pocos años no había un horario máximo, a veces con numerosas horas de tedio (...)".

El nombre de "bargutillo" procede de su época de trabajo en la Barcelona de mediados de los años 70. Mientras esperaban horas y horas para capturar a un conocido delincuente de la zona, un par de agentes se hicieron pasar por mecánicos que arreglaban un coche en plena calle. La situación comenzó a ser extraña para algunos vecinos de avanzada edad y uno de ellos se acercó para preguntarles qué estaban arreglando. A un compañero de Solla no se le ocurrió otra cosa que afirmar que estaban colocando el "bargutillo". Y, ante la curiosidad del señor, se inventó que se trataba de una "pieza de madera que iba incrustada en el motor".

Ya en Santa Cruz de Tenerife, un policía armado realizaba un servicio de seguridad en una de las garitas de la Comisaría. Enfrente de la misma había un bar que estaba abierto hasta altas horas de la madrugada. Cuando se hallaba de servicio por la noche, dicho agente dejaba su arma larga en la garita y saltaba a la calle para tomarse unas copas en el citado local. Después escalaba el muro, de dos metros de altura, y se incorporaba al trabajo sin que los mandos se dieran cuenta. Pero un día bebió más de lo normal y le resultó imposible la escalada. Por eso no le quedó más remedio que caminar hasta la puerta principal y presentarse con las siguientes palabras: "Bi brigada, mbe acabo de caerrr desde la garita a la caaalle". La respuesta del mando no se hizo esperar: "Queda usted arrestado".

Otro policía que hacía guardia en las garitas se incorporaba sobrio a su turno y lo acababa completamente borracho. A pesar de que sus compañeros lo cacheaban al entrar, no hallaban nada en su ropa. Tampoco encontraban bebidas en la garita. Al tiempo, se descubrió que había confeccionado una porra idéntica a la reglamentaria, pero que en su interior guardaba un tubo de aluminio con tapa, que siempre portaba lleno de ron o güisqui.

El idioma no es problema

Pero no todo van a ser anécdotas de otra época. Profesionales de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (Udyco) llevaron a cabo el año pasado una investigación y descubrieron que un alijo iba a ser desembarcado por una cala del Sur de Tenerife. El radar del Servicio Integral de Vigilancia Exterior (SIVE) también detectó la lancha, por lo que dos vehículos de la Guardia Civil con distintivos se aproximaron y propiciaron que los tripulantes del barco dieran la vuelta en dirección a alta mar. Tras convencer a los miembros del Instituto Armado para que abandonaran la zona, los traficantes marroquíes vuelven a acercarse al litoral poco a poco, pues recelaban de que los estuvieran esperando para capturarlos. Un inspector jefe de Grupo y un agente se metieron vestidos en el agua hasta la cintura. Hicieron señales con las linternas y uno de los policías empezó a decir palabras sin sentido y en un tono que parecía árabe: "malamaji, majama, jamalá, abdesá, ¡aquí coño, coño aquí!". Al final, el barco se acercó, los investigadores saltaron y apresaron a los traficantes. La operación se saldó con la intervención de 1.800 kilos de hachís y seis detenidos. Está claro que, más allá de la formación idiomática y los medios más modernos; la valentía y la picardía resultan fundamentales en estas operaciones.