Yurena Vera hubiera cumplido 27 años el mes de marzo de 2010 de no haber fallecido tan solo un mes antes. Según contaron algunos miembros de su familia y amistades cercanas, era una joven divertida, abierta, que no tomaba alcohol ni drogas, que le gustaba arreglarse, "pero no mucho", y algo reservada.

Justo tres años antes de que se produjesen los hechos, la joven conoció a José Ramón V.N., un hombre casado y con una hija de quien se enamoró y con el que mantuvo una relación que, según él mismo apuntó, "duró unos 5 o 6 meses".

Ese fue el motivo por el que Yurena se enfrentó a sus padres, en desacuerdo con que la relación se prolongase, y la razón que originó una discusión que terminó con una denuncia de la joven porque le propinaron una paliza. Aunque el asunto llegó a juicio, Yurena decidió retirar la denuncia en el tramo final y los progenitores quedaron absueltos de los cargos. No obstante, se decretó una orden de alejamiento que los mantuvo apartados de su hija durante mucho tiempo, hasta enero de 2009.

Tras la salida del hogar familiar se marchó al Puertito de Güímar a vivir sola en un piso. Sus recursos económicos provenían, únicamente, del salario que recibía por cuidar de unos niños del pueblo. Hacía la vida de una joven de su edad, compartía charlas con un grupo de amigos en la plaza y tardes de playa hasta que se fue a vivir con sus tíos.

Acuciada por los problemas económicos y una deuda de algo más de 3.000 euros en concepto de alquiler, se mudó a casa de Mª de los Ángeles y Juan Daniel, que le ofrecieron cuidar de su hijo y ayudarla económicamente hasta que encontrara un trabajo. Fue a partir de ese momento cuando casi se perdió la pista de Yurena. Nunca contestó los mensajes ni las llamadas que les hicieron sus amigas.

Solo en ocasiones contadas fue vista en el centro del pueblo sellando la cartilla de desempleo, paseando, según relató la trabajadora social del Ayuntamiento de Güímar, quien tuvo oportunidad de verla hasta en dos ocasiones o trabajando durante 20 días, según refleja su historia laboral, en un supermercado de la localidad. El resto del tiempo, según el testimonio de los acusados, lo pasaba en su casa, "sin hacer nada ni ayudar en las tareas del hogar, viendo la televisión y manteniendo una agitada vida nocturna". Por eso quedaba "en el puente de La Hoya" con unos amigos a los que nadie ha logrado no solo identificar, sino siquiera ver en un barrio que se caracteriza por ser "muy pequeño".