El ultraderechista Anders Behring Breivik relató hoy en el juicio contra él por los atentados del pasado julio en Noruega la macabra matanza de 69 personas en la isla de Utøya, que confesó haber perpetrado sin mostrar arrepentimiento y culpando a las autoridades por defender el "multiculturalismo".

Breivik, que advirtió antes de empezar su relato que resultaría "horrible", hizo un repaso frío de la masacre en el campamento de las Juventudes Laboristas, aparentemente imperturbable, mientras familiares de las víctimas y supervivientes presentes en la sala suspiraban, lloraban o abandonaban el recinto.

Sólo al comienzo, cuando llegó a la isla disfrazado de policía, le asaltaron las dudas y el temor a ser descubierto o reducido.

"Estaba casi paralizado, tenía miedo, pensé que tenía muy pocas ganas de hacer esto (...) Todo mi cuerpo luchaba para no agarrar el arma. Cientos de voces en mi cabeza me decían: ''no lo hagas, no lo hagas''", declaró Breivik, según la transcripción difundida por medios noruegos y que censuró detalles por respeto a las víctimas.

Pero después de disparar a su primera víctima, entró en una especie de trance autómata, ayudado, según dijo, por los ejercicios de meditación que practica desde hace años para anular las emociones, al modo de los soldados "banzai" japoneses suicidas, aunque admitió que estaba también bajo el efecto de un cóctel de euforizantes.

Anular las emociones le permite no asumir la culpa, que transfiere a las autoridades, pese a que no rehuye su responsabilidad y sabe que ha causado un "dolor inimaginable", porque sino se "derrumbaría", explicó el encausado.

Breivik se escudó en el shock y la necesidad de estar atento a posibles ataques -había unas 600 personas en Utøya- para justificar que recordaba muy poco de lo ocurrido, aunque fue capaz de hacer durante dos horas un relato detallado y que se ajusta a lo revelado por la investigación policial, según la Fiscalía.

"Era un caos total, así que pensé que ahora tenía que entrar en ese edificio y ejecutar a tantos como fuera posible", dijo Breivik tras los primeros disparos y antes de ir a la cafetería de la isla.

En la sala principal, vio a 15 personas, paralizadas, lo que le pareció "muy distinto" a las series de televisión que había visto, confesó, y tras unos segundos, los ejecutó a todos.

Breivik dijo que su idea inicial era conseguir que murieran "todos" los que estaban en Utøya pero sin tener que asesinarlos: los disparos y gritos como "vais a morir hoy, marxistas" provocarían el pánico en los jóvenes, que morirían ahogados en el fiordo.

Pero ese plan no funcionó, así que decidió recorrer tranquilo la isla, en parte por el pesado equipo que llevaba consigo -varias armas y granadas-, e ir asesinando a los jóvenes que se encontraba, rematándolos luego con tiros en la cabeza, además de disparar a los que trataban de huir en botes llegados desde la costa.

"Fue horrible, era un baño de sangre", dijo con aparente frialdad sobre sus actos "extremos" y "bárbaros", pero que justifica porque lo ocurrido ese día no trata de él o las víctimas, sino del "futuro" de Noruega y de Europa, amenazadas por la "invasión" islámica.

Muchos "gritaban", otros "se hacían los muertos" o "suplicaban", recordó Breivik.

Al encontrar un móvil, llamó a la policía para rendirse, pero como no le devolvieron la llamada, pensó que podía seguir con su acción hasta que llegaran las fuerzas especiales y lo mataran.

Por eso se desplazó a otro de los edificios de Utøya, junto al que había unos 15 jóvenes escondidos.

"¿Lo habéis visto, lo habéis visto?", les dijo para confundirlos, para luego informarles de que ya podían salir porque había llegado un bote para rescatarlos.

Entonces sacó su pistola y empezó a dispararles, apuntando "siempre" a la cabeza.

El extremista noruego de 33 años aseguró haber salvado varias vidas de jóvenes que estimó eran menores de 16 años, e incluso a uno le dijo "todo va a salir bien, tranquilo".

Pero negó haberse reído mientras perpetraba la matanza, como han declarado algunos supervivientes, porque lo ocurrido era "horrible".

Con la policía ya en la isla, Breivik pensó en pegarse un tiro en la cabeza, aunque rechazó la idea para seguir "luchando" desde la cárcel y defendiendo las ideas de su manifiesto, pero en ningún caso enfrentarse a los agentes, "porque no son el enemigo".

"Es duro de escuchar, completamente irreal", declaró Tore Sinding Bekkedal, un superviviente de Utøya presente en el juzgado tras el fin de la quinta jornada del juicio, que continuará el lunes.

Antes de declarar sobre la masacre, Breivik, quien insistió en que debe ser considerado penalmente responsable, aseguró ser una persona "muy simpática" con una vida social y familiar "normales".