Ayer comenzó un juicio contra un pederasta, José Manuel García Hernández, que, gracias a su trabajo de chófer en una guagua de transporte escolar, se convirtió en amigo de tres niñas y un niño, hermanos, y ejerció durante años de cuidador de los mismos, a la vez que buscaba cualquier oportunidad para cometer abusos sexuales continuados sobre las tres niñas. Los hechos ocurrieron entre 1991 y 1999 aproximadamente, en casas de La Estrella, El Fraile, San Isidro, San Miguel y Santa Cruz de Tenerife. El fiscal solicita 68 años de prisión para el acusado, por tres delitos de abusos sexuales continuados a las citadas hermanas (15 años por cada uno) y un delito de agresión sexual sobre otro menor (15 años), así como otro por distribución de pornografía infantil a través del programa Emule (8 años).

En la sesión de ayer en la Sección VI de la Audiencia Provincial, resultó sorprendente escuchar a dos de las hermanas relatar cómo su madre no les prestaba atención alguna y, cuando se quejaban por las molestias físicas ocasionadas por los abusos, tampoco atendía a sus llantos. Hasta tal punto era así que el hoy acusado se había convertido en la única referencia paterna para las niñas, puesto que les compraba juguetes, ropa, libros escolares, chucherías o las llevaba a las ferias de las fiestas, por ejemplo.

Una víctima afirmó que era habitual que el procesado les pusiera a ella y a su hermana películas pornográficas y hacer lo mismo que salía en las imágenes, desde felaciones hasta penetraciones, en muchas ocasiones. Del testimonio de dos de las afectadas, los abusos sexuales continuados ocurrían en la casa del procesado, en la de las víctimas, cuando las enseñaba a conducir, dentro de un furgón aparcado en un salón o en ese mismo furgón en excursiones a pinares del Norte de la isla.

La mujer dijo ayer: "Era como si fuera mi padre; no tenía protección de mi madre". Si en el Sur los delitos ocurrían en las visitas que las menores hacían a casa del procesado o las que efectuaba el acusado a sus viviendas, la situación se agravó cuando en 1995 las menores afectadas se trasladaron a una casa en Santa Cruz. Entonces, José Manuel cambió la ruta de la guagua escolar y cada noche iba a dormir en la misma habitación que las víctimas, en un cuarto en la azotea. La madre de las afectadas dijo ayer que, además de hacerles regalos, el individuo también colaboraba en las compras de comida.

Ayer, el acusado solo respondió a las preguntas planteadas por su abogado. El procesado dijo que conocía a esa familia, que no cambió su ruta con la guagua escolar y que no pasó nada con el hermano de las tres víctimas femeninas. Reconoció que sí tenía pornografía infantil en su casa y que desconocía que, al descargar archivos de pornografía infantil con el programa Emule, también los estaba distribuyendo. La Defensa cree que los hechos ya han prescrito.

"Yo no denuncié y me destrozaron la vida"

En este complejo y duro caso de abusos sexuales a menores, se reviven experiencias desagradables del pasado y aparecen problemas en el presente. Las menores tenían los traumas derivados de los abusos "guardados" en su "cajita" particular e intentaron rehacer sus vidas. Pero, hace dos años, la Policía Nacional descubrió que José Manuel García había distribuido archivos de pedofilia y comenzaron a investigarlo. En un registro en su casa aparecieron vídeos caseros en los que las tres niñas aparecían desnudas, pero sin tener ningún tipo de relación sexual. Los agentes preguntaron al acusado quiénes eran esas menores y el acusado dijo sus nombres y apellidos. Ahí comenzó de nuevo la pesadilla para, al menos, dos de las tres hermanas. Y es que, hasta ese momento, ni sus parejas conocían esos hechos. Y una de las afectadas comentó que la relación con su marido no ha sido la misma desde entonces. A preguntas del magistrado presidente del Tribunal, dicha víctima afirmó que no quería compensación alguna, que ella no había denunciado y que "aquí me ha traído la Justicia". El juez le aclaró que el Tribunal "no la hemos forzado a presentar denuncia". Esa misma afectada aseguró que, en su caso, los abusos sexuales duraron hasta que tuvo la mayoría de edad y pudo tener un trabajo estable con el que independizarse económicamente de José Manuel. Tres años antes, su madre la echó de casa y el acusado le compró una moto. Y aseguró que la única forma que tenía de pagársela era tener relaciones sexuales con él. "A mí no me gustaba, pero lo llevaba haciendo toda mi vida", aseguró entre lágrimas. Y apuntó que "era imposible hablar con mi madre, que pasaba de nosotras". Respecto al acusado, aseguró que "él nos cuidaba, nos bañaba, nos hacía de comer; solo me faltaba llamarlo papá". Otra hermana dijo que su madre la veía llorar, que no podía andar o sentarse, pero su progenitora no hizo nada, ni siquiera le preguntaba. Afirmó que todos los días sufría abusos en la furgoneta azul del acusado.