El ajedrez tinerfeño acaba de perder a uno de sus más veteranos y entusiastas valedores. Gregorio Rodríguez Sosa se ha rendido, como en un jaque mate inevitable. Para la última de las muchas jugadas que le deparó la vida y siempre supo resolver con el sosiego tan suyo, con su tranquilo hacer, sabía que era impensable ya cualquier escaqueo. Últimamente, las pausas eran más largas y los tramos más cortos. Pero se mantenía con aplomo y con una resignación rebelde. Nunca perdió el vozarrón por el que le afloraba del fondo de su hondura la cordialidad y, a través de las gafas de ancho carey, la mirada bruñida de inteligencia y curiosidad perspicaz. Pocas personas durante tanto tiempo y con empeño tan sostenido contribuyeron como él a promover el nobilísimo deporte del ajedrez en Tenerife; no solo practicándolo con talento y asiduidad sino también desde las columnas de los periódicos de su época, muy en particular desde las del desaparecido semanario santacrucero Aire Libre. Eran populares entre los aficionados sus seudónimos "El espectador" y "Escaques" al pie de jugosos comentarios y de críticas bien elaboradas de torneos de las más variadas categorías. Nunca se iba por las ramas; todo lo contrario. Y lo hacía con elegancia, con objetividad, dando a cada cual lo que entendía de manera honrada que merecía. Personalmente, no podré olvidar sus atenciones y la generosidad con que me facilitó datos y contactos con ajedrecistas de todas las islas cuando le hablé del Diccionario de seudónimos canarios, ya prácticamente finalizado y en cola para su edición cuando la crisis lo permita; que eso es lo malo que tienen los libros gordos. Gregorio Rodríguez Sosa, con aquella manera suya tan afectuosa siempre, transparentándose en la sonrisa leve que tanto le caracterizaba, se ha ido para siempre. Perdió la última jugada que sabía que inexorablemente iba a perder. Ya no recorrerá más, con resignada paciencia, deteniéndose a cortos trechos, como si de un vía crucis asumido con total naturalidad se tratara, las calles cercanas a la vega de la ciudad en la que nació y lo acogió hasta el final de su vida. Los ajedrecistas tinerfeños están de luto. Sus numerosos amigos también.

Eliseo Izquierdo