Cada viernes por la tarde, sentado en un muro, veía como la inmensa mayoría de los niños de su módulo en la Casa Cuna se iban con familiares a pasar el fin de semana. Y él, junto a otros tres o cuatro, se quedaba en el centro porque no tenía a nadie en el exterior. Nunca fue adoptado. Esa fue la única realidad que conoció J.J. hasta que ya de adolescente, con 15 años, la novia de un hermano insistía para que saliera y conociera otra realidad. J.J. y otros tres hermanos, dos hombres y una mujer, se criaron en dicho recurso asistencial. La chica fue acogida por una pareja, pero los varones, cuando tuvieron 18 años, abandonaron el recinto. Con 15 años, reconoce que se quedó solo y desprotegido. Y ese fue el momento en que el ahora condenado comenzó el "cortejo", que consistió en una serie de regalos, favores, retirada de castigos y gestos para "aumentar su autoestima", como la invitación para que se hiciera fotos e iniciara una carrera de modelo. Doce meses después aproximadamente comenzaron los abusos sexuales y una sumisión que se prolongó once años.

J.J. no ha superado emocionalmente esa etapa de su vida. El Tribunal Supremo rechazó el recurso interpuesto por la defensa de J.C. y ratificó que debe cumplir una pena de 23 años de cárcel por delitos continuados de abusos sexuales a menores y utilización de adolescentes para grabar pornografía y exhibirla.

La Policía Nacional comenzó la investigación sobre J.C. tras la denuncia del director del centro Laurel, que vio las fotos en ropa interior de uno de los menores acogidos en dicho recurso. Y el adolescente, que no accedió a tener relaciones sexuales con el posteriormente procesado, relató que este tenía muchas películas en el ordenador y que en alguna aparecía un chico que él conocía de la Casa Cuna. Uno de los identificados en los archivos era J.J. y fue llamado a declarar por los agentes. J.J. asegura que siempre se sintió forzado a tener esas relaciones con el exeducador.

En las grabaciones que el condenado le hizo, prefería no mirar a la cámara. Reconoce que "cuando me hacía eso, me tapaba la cabeza con una almohada y lloraba en silencio".

Señala que no le gustaba tener relaciones con un hombre, pero hubo un tiempo en que también se bloqueaba al intentar aproximarse a una mujer. Durante nueve años, tuvo una novia, con la que dejaba de estar cada vez que el ahora condenado lo llamaba para que fuera a su casa. A ella le daba excusas diversas, como que tenía que ir con su hermano o ayudar a este en algún trabajo. Esa chica nunca supo la verdad, hasta que saltó el escándalo. Y entonces lo dejó. J.J. dice que "por asco, por miedo al riesgo de contraer enfermedades", según le dijo. El joven dice que "en parte la entiendo y en parte, no".

"El día que lo detuvieron, me puse a llorar"

J.J. señala que, durante más de una década, tuvo en el ya condenado a un referente, pues, además de abusar sexualmente de él, también lo ayudaba y demostraba tener un poder considerable, dentro y fuera de la Casa Cuna. El exeducador también se crió en el Hogar de la Sagrada Familia (la Casa Cuna). Y, cuando tuvo 18 años, fue contratado para trabajar en dicho centro. Tras casi cuatro décadas de actividad laboral en dicho recurso, que depende del Cabildo tinerfeño, J.C. acumuló influencia, como empleado veterano, encargado de educadores y representante sindical. La víctima comenta que "sus propios compañeros de trabajo lo respetaban". Y pone un ejemplo de lo que considera su capacidad de influencia en su vida adulta. En una ocasión tuvo un problema laboral en una empresa de restauración de Santa Cruz de Tenerife y J.J. temía que podía perder su puesto de trabajo. Habló del asunto con el ahora condenado. Las gestiones que este hizo permitieron a J.J. seguir en su empleo. Aunque para muchas personas no resulta comprensible por qué cuando fue adulto y salió de la Casa Cuna continuó sometido a J.C., la anécdota anterior es una muestra de la superioridad que el acusado tenía sobre la víctima, según el abogado de J.J., Carlos Pérez Godiño. El día en que la Policía Nacional detuvo al exeducador, este lo había citado para que fuera a su vivienda. Al llegar al domicilio, otro chico le contó lo que había ocurrido y recuerda que "me sentí muy mal y me puse a llorar". Hasta que el procesado no fue detenido, sus hermanos no supieron lo que pasaba. Hace cinco años que se lo contó a uno de ellos, que vive en la Península. J.J. reconoce que "su reacción fue mala, por la impotencia de no haberme podido ayudar". Manifiesta que, desde hace un lustro, no mantiene relación alguna con sus hermanos. Y valora positivamente el apoyo que le ha ofrecido su actual novia, que conoció su "problema" desde el principio.

Había más jóvenes, pero algunos no denunciaron

J.J. afirma que el acusado realizaba sus prácticas sexuales y grababa a varios jóvenes y menores. Algunos no quisieron denunciar, porque tenían familia y no querían que se les vinculara con esa situación. En el juicio celebrado en noviembre del año pasado en la Audiencia Provincial, en teoría figuraban como denunciantes tres jóvenes. Finalmente, el testimonio más sólido fue el de J.J. Este recuerda que, inicialmente, no sabía que J.C. hacía lo mismo con otros chicos. En una ocasión en que el condenado le dijo que esperara en una esquina para entrar en su casa, vio salir a otro adolescente al que conocía de la Casa Cuna.

Ante el Juzgado declaró lo que había vivido

Cuando los investigadores de la Policía Nacional consiguieron identificarlo en los archivos guardados en un ordenador del acusado, J.J. fue llamado a declarar en un Juzgado de La Laguna y entonces relató todo lo que había vivido. Esta víctima indica que las grabaciones de los actos sexuales fueron realizadas en diferentes viviendas en las que residió J.C. durante más de una década. J.C. explica que, periódicamente, cambiaba de domicilio y sus prácticas delictivas las llevaba con mucha discreción. Cuando el afectado regresaba a su vivienda con su novia, empezaba a llorar y, tras alguna discusión con la primera novia, empezaba a romper cosas o golpear la pared para descargar su ira.

"Levanté un muro en mi mente para no verlo"

J.C. apunta que, cuando comenzó el proceso judicial contra el exeducador de la Casa Cuna, "levanté un muro en mi mente para no verlo". En aquel momento, la situación llegó a ser tan difícil para él que tuvo que abandonar dos trabajos porque era incapaz de concentrarse para realizar correctamente su actividad cotidiana. Ahora cree que "se ha hecho justicia", pero lo que vivió durante más de una década "no lo voy a olvidar nunca". Por su carácter introvertido y por las experiencias traumáticas sufridas, reconoce que durante años le costó mucho relacionarse con la gente. Su novia actual afirma que, cuando lo conoció y empezó su relación, "decía pocas palabras". Y ahora lo encuentra anímicamente "bien".

"A partir de ahora voy a llevar una vida mejor"

Tras conocer días atrás la sentencia firme del Tribunal Supremo, J.J. asegura que, "a partir de ahora voy a llevar una vida mejor". Desde hace años trabaja como repartidor de comida y reconoce que actualmente tiene más autoestima para hacer frente a la vida.